La psicóloga Jessica Martínez Sánchez, técnica superior de Instituciones Penitenciarias, lleva 5 años analizando el perfil de criminales y maltratadores de género. Tratando de entender por qué estas personas cometen delitos que nos resultan aberrantes.

Lo primero que descubrió es que no existía un patrón típico para estos criminales convictos, puesto que su edad, cultura, o nivel socioeconómico eran de lo más variado. Sólo el género, predominantemente masculino, parecía ser una constante.

Sin embargo, al profundizar en sus pensamientos y sentimientos, comenzó a encontrar muchas similitudes que permitían elaborar un perfil. La mayoría veía a la mujer como un «objeto de su propiedad», sus pensamientos profundos eran del tipo: «No puedo soportar que una mujer me domine»; en su deseo inconsciente se encontraba el anhelo de que su compañera no triunfara, no destacara, no existiera.

Según la doctora Martínez, la intimidad asusta al maltratador. Ante una proximidad o lejanía excesivas de su pareja, siente miedo. También experimenta inferioridad por mostrar sentimientos como ternura, afecto, o miedo. Ha recibido una educación sexista y padece conflictos emocionales profundos surgidos en la infancia. Presenta desensibilización, o falta de sensibilidad, apoyada en ideas como «los hombres no lloran». Y, en el fondo, no se siente válido, ni importante, ni merecedor de la felicidad. Se siente horrible y fracasado. A este conjunto de rasgos le llamamos la «motivación criminal». Digamos que ha aprendido un «guion de vida», definido desde la infancia por las personas de referencia, donde se elegía delinquir, y se excluía la posibilidad de una vida adaptada y prosocial. Tengamos en cuenta que el 70% de la población penitenciaria ha experimentado situaciones y vivencias extremas como intentos de suicidio, delincuencia, drogadicción, u hospitalización, y recibieron, durante su infancia, mensajes parentales como «No vivas», «No pienses», «No sientas».

Sin embargo, la Constitución Española, en su artículo 25.2 reconoce la importancia de que los centros penitenciarios promuevan la reinserción social del penado, lo que implica una convicción en la posibilidad de cambio de la persona. Por ello, la doctora Martínez, como tantos otros profesionales, desarrolla, desde la terapia humanista integrativa, una valiosísima labor en este sentido. A través del trabajo grupal, logra que estas personas puedan conocerse realmente, aprender a experimentar sentimientos, gestionar situaciones traumáticas de la infancia, modificar actitudes, valores y creencias distorsionadas que contribuyen a mantener la conducta desadaptada, y disminuir la tasa de reincidencia delictiva.

En pocas palabras, se trata de madurar el sentimiento de culpabilidad hasta cambiarlo por el de responsabilidad, y ello, sólo puede ocurrir a través de un tratamiento psicoterapéutico que no le juzgue.