Si Podemos fuera coherente con sus discursos electorales, no pactaría con otras fuerzas políticas. No lo haría, como digo, porque ello supondría bailar con la «casta»; la misma que tanto criticaron desde las tribunas de la Tuerka. Una alianza con Sánchez; Garzón y otras confluencias, sería una patada en el trasero a millones de votantes polemistas. Votantes que confiaron en el morado, y ahora ven como su papeleta vuela hacia el tallo de la rosa. Aún así, a pesar de tanto veneno vertido contra la casta; los recién llegados al hemiciclo hablan de diálogo y entendimiento como si nada hubiera pasado. Es, precisamente, esta incoherencia entre hechos y palabras; la que invita al sociólogo a detener su mirada en los recovecos del asunto.

El reparto de sillones, anunciado por Iglesias, pone de manifiesto, de cara a la galería, quién mueve los hilos en el bastión de la izquierda. En días como hoy, el «líder de la coleta» lleva la voz cantante en la lucha por el cetro. La lleva, como digo, porque ha sido él quien planteó a Su Majestad sus ambiciones políticas. Y la lleva porque ha sido él -y perdonen por la redundancia- quien ha arrojado el jarro de agua fría contra el temple de Mariano. Gracias a él, el Partido Socialista vuelve a tener oportunidad de gobierno tras cuatro años de sequía a pesar de contar con tan solo noventa diputados y obtener el peor resultado de su historia. Tras este cambio de tornillos en las calderas del Titanic, no sabemos si Sánchez y Garzón plegarán sus cabezas ante la bandera de Podemos, o pararán los motores antes de colisionar con el iceberg nacionalista.

El «pasa palabra» de Rajoy a los rojos del ahora, tiene más tientes de estrategia política que fracaso partidista. Gracias a que Mariano se aparta del mercadillo, se abre un episodio, de dimes y diretes, entre rastas y corbatas. Se abre un tiempo nuevo, como diría don Felipe VI si me oyera, porque la izquierda tiene la oportunidad de subirse al tren del cambio o morir en el intento. El reparto de sillones, planteado por Podemos, solo sería viable si el señor Iglesias renunciara al referéndum en Cataluña. Si no lo hiciera, entonces otro gallo cantaría en los corrales de Génova. Otro gallo lo haría, como digo, porque entonces volvería la pelota al tejado de Mariano. Una pelota manchada y rota por las patadas de la izquierda, pero impoluta e intacta para las filas conservadoras.

Aunque Rajoy apareciera en escena, ante la imposibilidad de los otros de formar una alternativa de gobierno; seguirían los nubarrones en el cielo de la Moncloa. Seguirían como digo, porque una coalición de rebote -PP, PSOE y Ciudadanos- no estaría bien vista por los votantes socialistas. Llegados a este punto; la opción más acertada pasaría por la convocatoria de nuevas elecciones, o dicho de otro modo, una segunda vuelta a la francesa. Ante esta hipotética situación -tras dos meses de negaciones frustradas-, el electorado entendería que el pluralismo no era tan bueno como a simple vista parecía. La sensación de impotencia e indignación ciudadana con el tejido político, por la imposibilidad de gobierno; se reflejaría en las urnas en forma de castigos, abstenciones y absentismo. Algo que beneficiaría, sin duda alguna, a los dinosaurios de siempre. Atentos.