Pedro Sánchez ya conoce algo más de su partenaire: es el verdadero actor. Hoy se autoproclama vicepresidente, y Sánchez calla. Le basta con aparecer el primero. Es lógico, la política no ha abandonado el «buitreo». Mañana le impondrá cortar Cataluña, y volverá a callar el galán socialista, si sigue primero. Lo peor es que un día se levantará de la cama y no sabrá donde apoyar los pies. No tendrá suelo. Entonces comprenderá que nunca fue primero; es más, que nunca estuvo ni se le esperó. Que apenas llegó a plataforma, a inocente marioneta manejada para un fin por alguien que conoce mejor las alcantarillas enmohecidas de la calle. Y querrá rebobinar. Como si la vida y el futuro de un país fuera un vídeo de YouTube. Que nadie me malinterprete ni busque en mis palabras deseos de zaherir al PSOE, pues errará. Es más, para los listillos y jodidos malinterpretadores, les diré que desde antiguo hasta hoy me he considerado más proclive a versiones de izquierdas que de derechas, de modo que mis palabras actuales llegan impulsadas por un íntimo y doloroso fiasco que honradamente trato de exponer, y al que, con sinceridad, me trato de sobreponer.

Y es que quisiera un país gobernado por «personas de Estado», si sigue vigente la elegante expresión. O sea, por aquellas que miran por la globalidad antes que por su promoción personal, accidental u oportunista. Dicho a lo bestia: al modo de ese probo presidente de comunidad que emplea horas y horas «de gratis» por igual, tanto para la limpieza de su rellano repleto de cacas de perro como para las del quinto. Y aquí es donde entra Pedro Sánchez. No como presidente de una comunidad, ojalá quedara ahí su artillería, sino como presidente de España. Nada menos. Y postulante, a cualquier precio, como la puta del rey en aquellos reinados de viejo a cambio de un caldo caliente al día y mediocre reputación.

Rebuznó mucho tiempo de Pablo Iglesias, en plan histriónico y descoyuntado, durante toda la campaña diría, incluso antes, hasta el punto de afirmar que jamás pactaría con él. Que jamás elaboraría una norma si a su sombra Iglesias insinuaba su presencia. Es más. Llegó a afirmar que en caso de que él no fuera el aspirante más votado, dimitiría (ya por entonces, su negligencia íntima, o su burla deliberada al pueblo de España, le impedía ver la pesada supremacía del líder del partido más corrupto en la historia del país, y que aún con ese expediente «sangrante» y favorecedor de remontada iba a vapulearle en las urnas: Mariano Rajoy). En fin. Sea como sea, el escenario funambulista que regaló las urnas el pasado 20D invita a la prostitución. Y que de paso, digo, se podrá legalizar, ya puestos. Porque si Sánchez cree que pactar con Podemos es sinónimo de pactar con la izquierda, y que ahí queda todo, en agua bendita y sin atisbo de «resarcir» a su electorado, es que el guapito entiende de Estado lo que yo de sexador de pollos. O de cura arrepentido.

El PP ha sido el partido más corrupto -de largo- en la democracia reciente. El más canalla y cabrón. Vale, consiento y acepto. Incluso que no merecen gobernar. Pero me fío menos de los gestos dictatoriales y rupturistas de España que a las claras, a poco que uno levante la cerviz, se atisba del «personal imberbe de Iglesias», por muy de izquierdas y redistributivos que se vistan, que de los mandantes populares legendarios, tras los que ya estuvo y sigue estando la Justicia española, que actúa y encarcela, si se prueba. Conviene recordar. En fin. Pablo Iglesias no es «en esencia» de izquierdas, señor Sánchez. No se agarre a esa fruta ventajista. Por mucho que quiera disfrazar tu sumisión, le pirra el sillón de «presi», cuando no lo merece, ideologías, pasados heroicos y nomenclaturas que afea con estos nuevos catres repletos de radicales y desenamorados de España. Le acabará comiendo el ego, por alto y guapo que sea. Pues para ellos usted es eso: alto y guapo, sin más. Pero sobre todo, favorecedor. La presa más ilustre por sus paranoias de país «personalizado».