Queridos diocesanos:

El pasado día 9 de enero retomaba la importante tarea de la Visita Pastoral. De nuevo he entrado en ella, tras las celebraciones del tiempo de Navidad, hasta el día 30 de Abril (D.m.). Unos meses en los que con la impagable ayuda de los distintos vicarios, más la colaboración del ecónomo, canciller y los respectivos párrocos y arciprestes, fijamos nuestra atención concretamente este año, en los aspectos materiales y espirituales de las parroquias de los arciprestazgos de Alicante-V, Torrevieja y Villena.

La época del curso es idéntica a la de los años anteriores (2014 y 2015), en los que ya visitamos también tres arciprestazgos en cada etapa, solo que este año tratando de conjugar todo, además de con los compromisos ordinarios de atención a la Diócesis, con una Cuaresma, Semana Santa y Pascua, que nos vienen muy pronto en el calendario extraordinario de este Año Jubilar de la Misericordia.

Cuando os escribo son ya tres las parroquias que acabo de visitar, y me es grato compartir con vosotros que también en estos casos, como en los anteriores, es para mí una experiencia de gracia el encuentro con mis hermanos sacerdotes, con sus más cercanos colaboradores y fieles en general. Es bastante normal que se me diga que en muchos casos hemos descendido seriamente en cantidades, pero la calidad de nuestros cristianos, que sostienen la vida eclesial en su base, es magnífica.

Es verdad que tenemos ante nosotros grandes retos, acentuados muchísimo en la hora presente, como son: la conversión pastoral hacia una Iglesia misionera; afrontar el relevo generacional en nuestras comunidades y en los sacerdotes y agentes de pastoral; proseguir con una formación permanente necesaria y específica a diversos niveles. No obstante todo esto, que es mucho, para afrontarlo debemos partir de los grandes activos que tenemos: además de los importantes instrumentos formativos y renovadores que posee la Diócesis, debemos contar con la fidelidad y la constancia de tantos buenos cristianos comprometidos en la catequesis, en Cáritas, en equipos de liturgia, en colegios y movimientos, en la pastoral de los enfermos, en la atención y cuidado de nuestros templos, en el trabajo con adolescentes y la pastoral familiar, en hermandades y cofradías, en el funcionamiento de los Consejos de Pastoral y de Economía, y en un largo etcétera que llena la vida de nuestras parroquias. Todo sostenido y guiado por la entrega de nuestros sacerdotes, ejemplaridad que solo Dios en su corazón es capaz de valorar.

Trabajar con ilusión por todo esto en la Visita Pastoral, significa una tarea en la que de modo especial el Señor me ofrece el poder vivir mi ministerio. Vivir aquello que los Apóstoles reclamaron como lo más propio de su servicio: «la oración» y el «servicio de la palabra» (Hch 6,4). Para mí estos días son especiales para rezar, no solo como hago todos los días del año por nuestra querida Diócesis, sus miembros y necesidades, sino, además, teniendo delante las necesidades y rostros concretos de aquellos sacerdotes, religiosos y fieles cristianos laicos que estoy visitando; y son días especiales para predicar lo central de nuestra fe, del Evangelio: el amor de Dios, su misericordia manifestada en la persona de Jesús, especialmente en su misterio Pascual, y su amor bien concreto hacia cada uno de nosotros, amor manifestado de tantas maneras y que nos sostiene con su gracia merced a la Palabra y los Sacramentos de su Iglesia, amor que debe engendrar en cada uno una gozosa vida cristiana, vivida en comunidad y en comunión eclesial verdadera y hecha misión en el seno de nuestras familias, colegios, grupos sociales, culturales, festivos y especialmente sensible y orientada hacia los más necesitados de nuestras obras de misericordia, destacadamente hacia quienes no tienen la suerte de conocer a Dios, la mayor de las pobrezas.

A todo lo dicho trato de unir mi deseo de llevar y ofrecer a cada comunidad, con la Visita Pastoral, las propuestas pastorales de la Diócesis -en concreto el Plan Diocesano de Pastoral, y los servicios diocesanos-, y de modo constante trato de valorar aquello que se hace bien en cada parroquia, por humilde que sea, presentando, a la vez, orientaciones y recomendaciones que completen, corrijan, o potencien, según los casos, la vida ya existente, siempre en la línea de la renovación eclesial inspirada por el Concilio Vaticano II y el magisterio posterior y urgida por el papa Francisco.

Igualmente, vivo en cada Visita Pastoral el gozoso deber de dejar constancia de la gratitud debida hacia el párroco y sus colaboradores, que junto a tantos buenos cristianos, día a día, con su fe y testimonio edifican la Iglesia de Jesús, haciendo presente el amor que nos salva, el de Dios, en nuestros pueblos y barriadas.

En años anteriores he pedido oraciones, a monasterios y comunidades concretas, a favor de la siembra humilde y constante de Iglesia que debe ser la Visita Pastoral. Ahora, en este Año Jubilar, os pido a todos que recéis, para que siga siendo un servicio guiado por el Espíritu Santo, que es, en definitiva, quien edifica y conduce la Iglesia.

Suplico por todos vosotros, queridos diocesanos, y por la Visita Pastoral a la Virgen María con «la antigua y siempre nueva oración de la Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús» (Papa Francisco, MV 25).

Contad siempre con mi afecto y bendición.