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Los Premios Feroz van viento en popa. En sólo tres ediciones se han consolidado como una cita muy relevante para la profesión, que nadie se quiere perder. Pero más que la supuesta «ferocidad» de los críticos cinematográficos por la que han sido bautizados con este curioso nombre, quiero referirme a la de esa pareja tremenda formada por Silvia Abril y Andreu Buenafuente, que nos brindaron un agradable programa doble la noche del martes. Primero ella, a la manera de las grandes, conduciendo una gala en donde no dejó títere sin cabeza, como los deslenguados presentadores de los Globos de Oro. En ninguna otra entrega, como aquí, creo que se vuelva a escuchar eso de que la Academia de Cine ahora sí es española; hasta tiene un expresidente imputado.

Por su parte, un Buenafuente al que se ve feliz y en su mejor momento, nos regala momentos de caviar televisivo en donde apenas hay lugar para la quincalla, para el ruido (esa quincalla y ese ruido que, en etapas anteriores, incluso dominadores del medio como él o como Sardá han tenido que acoger en sus platós con tal de subir las audiencias).

Por cierto, no deja de ser curioso conocer el número de espectadores que hemos seguido hasta la fecha las ocho primeras entregas de Late Motiv. La horquilla se ha movido entre los 50.000 y los 70.000. O lo que es lo mismo, entre un 0'3% y un 0'4%. Unos dígitos que arrojan luz acerca de los espectadores reales con los que va a contar el Canal 0, cuyo Late Motiv es una avanzadilla.

Pero estábamos en los Feroz, y no podemos dejar de citar a Rosa Mª Sardá. Su grandeza. Su enorme autoridad moral y su afilado discurso fueron lo mejor de una noche para recordar.

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