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Juan R. Gil

Entrevista con el vampiro

Se puede aspirar a presidir un Gobierno cuando el día en que vas a entrevistarte con el Rey sólo eres noticia por lo que los demás te obligan a hacer? Pedro Sánchez cree que sí.

El problema del jefe socialista es que no ha sido capaz de imponer su agenda ni una sola vez desde que empezó este largo proceso electoral que aún no ha concluido. Un día tras otro, han sido los demás los que se la han conformado hasta situar al PSOE en la peor de las situaciones posibles: pinzado a derecha e izquierda. Se dirá que la tenaza ya estaba hecha antes incluso de que empezara la campaña del 20-D. Pero de un líder se espera precisamente que sea capaz de sobreponerse a las circunstancias, no que se deje llevar por ellas, arrastrando con él a toda su organización. El caudillo de Podemos le ha emplazado a un pacto cuyas condiciones le ha fijado en público, jugando sucio y de forma humillante. Acceder a ello habría sido empezar a perder, da igual si al final Sánchez acaba presidiendo un gobierno de coalición donde el PSOE pondrá el desgaste y los podemitas recogerán los beneficios. A Pablo Iglesias no le importa lo que ocurra. Si al primer intento llega al poder, el éxito disparará sus siguientes resultados. Pero si hay nuevas elecciones, está convencido de que la jugada incluso le saldría mejor. Cuando rescató de la historia la proclama de que el cielo se toma por asalto olvidó añadir que para entrar en él primero destruiría al PSOE. Está a punto de conseguirlo.

Rajoy también está en ello. En un alarde de irresponsabilidad que tiene pasmado a medio mundo, el PP ha participado desde el minuto cero en la misma operación de borrar del mapa a los socialistas para que sólo queden sobre el escenario dos duelistas, ellos mismos con Mariano o con Soraya, y Pablo Iglesias. Los amantes de las teorías de la conspiración ya tienen su particular black friday: Iglesias le anuncia al Rey antes que a Pedro Sánchez la disposición de Podemos a formar un gobierno de coalición con el PSOE e IU, sin renunciar a reclamar el derecho de autodeterminación y quedándose con la mitad más suculenta de ese Ejecutivo. Y mientras Pedro Sánchez intenta taponar la hemorragia que la cornada le ha producido, llega Mariano Rajoy por la tarde y le mete el estoque congelando de facto -y actuando de forma tan tramposa como por la mañana había hecho Iglesias- el proceso de investidura. ¿Para qué? Para que el secretario general socialista comparezca el sábado próximo ante la nomenklatura de su partido, reunida en uno de los comités federales más trascendentales que el PSOE ha vivido, lo más debilitado posible. Con 24 horas de retraso, la dirección socialista de Sánchez sacó ayer un comunicado rechazando el «chantaje» de Podemos y emplazando a Rajoy a someterse a la investidura o irse a casa. Habrá que ver cuánto dura esa firmeza, que hasta aquí había brillado por su ausencia.

El PP quiere elecciones. Podemos, también. El error del PSOE es haberse autoconvencido de que eso, otras elecciones, acabaría con él. Pero la cobardía no cotiza en política. Nunca lo ha hecho. Los socialistas no pueden coaligarse con el PP después de lo que ha pasado en estos años de crisis, recortes y corrupción. Pero tomar a cualquier precio la presidencia de un gobierno sustentado por una amalgama inclasificable y para el que tienes de socio a alguien cuyo cuya única estrategia consiste en ponerte a diario contra las cuerdas no parece mejor negocio, sólo hay que ver cómo quedó el PSC tras su alianza con Esquerra Republicana e Iniciativa. La primera reunión entre Sánchez y Pablo Iglesias puede acabar igual que la del periodista con el personaje que interpreta Tom Cruise en Entrevista con el vampiro: misma sonrisa, mismo final sangriento. Sangriento para Sánchez, claro. Yo no creo que unas nuevas elecciones fueran tan catastróficas para el PSOE, pero en todo caso morir con dignidad siempre deja mejor memoria que una penosa agonía. ¿Que ir otra vez a las urnas supondría el final de Sánchez, que no sería razonable que repitiera como candidato? Puede. Pero ese es problema de Sánchez. Ni del PSOE, ni de sus electores, ni de la sociedad española. Sólo de Sánchez.

La delirante situación política que se vive en Madrid amenaza, sea cual sea su final, con dejar una marcada huella en la Comunitat. Mónica Oltra y Compromís se acostaron el 20 de diciembre borrachos de triunfo y se han despertado un mes después con el sabor agrio de la resaca. Lo que eran nueve diputados ahora son cuatro y en el grupo mixto. Para ese viaje sobraban alforjas. Compromís sin Podemos hubiera podido obtener el mismo o mejor resultado. Oltra le compró a Pablo Iglesias una moto -la del grupo propio en el Congreso, la voz valenciana diferenciada en Madrid y etc.- que estaba trucada. Lo del voto decisivo para un acuerdo de gobierno de esos cuatro diputados que ahora se predica es otra milonga: no podrían votar otra cosa. Y lo del «ministro valenciano» en ese futurible gobierno está tan en el aire como antes lo estaba lo de la personalidad propia. Iglesias no perdona, y al anunciar su disposición a gobernar con el PSOE a los únicos que no nombró fue, precisamente, a los de Compromís. Por mucho que todos intenten ahora calmar las aguas, la división de las dos almas de la coalición -la de izquierdas y la nacionalista-, realimentada tras este episodio, es cada vez más profunda. El Bloc camina hacia un congreso del que saldrá roto. Pero su ruptura también será la de la propia coalición. Y entre tanto, ahí está Enric Morera boicoteando cuanto puede la actuación del Consell desde la presidencia de les Corts.

Por su parte, la conducta de Sánchez también está fracturando al PSPV. Ya no hablamos de que el alcalde de Alicante, Echávarri, esté con Sánchez mientras el president de la Generalitat, Ximo Puig, se alinea con Susana Díaz y los barones que reniegan de un pacto con Podemos. Es que el bloque mayoritario, el lermista, al que Puig pertenece, también se resquebraja. Lerma está con Sánchez y Puig, al que él sigue considerando su heredero, contra Sánchez. Así que la tensión va in crescendo. Lo que al igual que en el caso de Compromís, conlleva problemas institucionales. Porque si los enfrentamientos en Compromís se traducen en desconexión entre les Corts y el Consell, las diferencias entre Lerma y Puig, de no resolverse, dispararán los roces en el seno del propio Consell, no en vano la vieja guardia lermista sienta sus reales en Presidencia de la Generalitat, a la que ya se la conoce como «el agujero negro», porque todas las propuestas de las consellerias que entran en el Palau caen en un pozo del que algunas jamás vuelven a salir. Por no hablar de lo que puede pasar en el comité nacional del PSPV o en el congreso que, tarde o temprano, los socialistas valencianos tendrán que celebrar. Como diría el maestro Miguel Ángel Aguilar, atentos.

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