or la Castellana, entre el barrio de Salamanca y Chamberi, además de una zona muy bonita, qué lugar más tranquilo y en qué casa tan bien situada vive Carmen Lomana. En un solo momento me planto delante del portal, subo y sorprendo tocando el timbre. Lo sabía, lo veía venir, pero me quedo impresionada cuando veo a Carmen vestida de andar por casa toda de blanco con pantalón de algodón ancho y un amplio suéter de pico. La melena suelta y con un maquillaje bajo mínimos con una base ligera. Un derroche de glamour y de elegancia que le hace ser la dueña de cualquier territorio. Es una mujer con mucho sentido del humor, refinada, insaciable y con una felicidad que contagia. Le gusta disfrutar del día a día, vivir como si no hubiera mañana. Su pasión son los medios, escribir y la radio le fascina. Un cuerpo bellísimo por el que no pasa la edad y que podría ser el de una de treinta, tan joven como su mente, su corazón. Promete que nunca ha hecho ejercicio y es de las que todos los lunes dice que se apunta a un gimnasio. Vaya, una más en el club. Entramos en un salón donde el tiempo pasa sin sentir y la vista se nutre de aroma a Valentino. Carmen siempre ha sido una mujer que adora la moda y la consume. Empezó en los medios de comunicación cuando Valentino se retiró de la moda. La llamaron de un programa de TV para que hablara de tendencias, más tarde apareció Luján Argüelles, hicieron un programa con gran éxito, punto 2, y desde entonces la siguieron grabando por todo el país.

Nos sirve su asistenta un piscolabis especial, porque Lomana es vegetariana. El pan tostado con aceite de oliva con trufa está delicioso. Carmen, ¿no eres de las que se tira a matar? bromeo. Me contesta tan rápido que no me da tiempo a intuir los vicios que la han dominado. Nunca he consumido alcohol ni drogas, bueno, excepto algún porro cuando era jovencita y no me importa si tengo que volverlo a fumar. Algún cigarro, solo por placer. Nos miramos y nos reímos.

Carmen, ¿y tú de qué vives ahora? En verdad de mis activos, rentas o patrimonio, sabes que escribo en La Razón y la publicidad o apariciones en televisión.

En ese momento me pasa por la mente el programa de TV Supervivientes. Pienso que ni ella misma podía pensar que sería capaz de superar tan dura prueba. En verdad, cuesta creer que pueda pasar de un nivel de vida en abundancia a la miseria de días sin comer. Yo no le visto, pero seduce el encanto de los contrastes, por la lección de humildad que eso supone. Pero, ¿lo vivió así Carmen? Algo había intuido, algo había sabido de mi pensamiento porque empieza a hablarme sobre su experiencia. El almuerzo es lento, la conversación rápida cuando dice que terminó en el mes de julio el programa y agotada. Hubo momentos de risas a la vez pasó mucha hambre, seis días sin comer. Para ella ha supuesto la aventura de su vida, con capacidad de sorprenderse a sí misma. Una mujer de la moda, del glamour que se desprenda de todo, sin nada, desnuda y capaz de amanecer en la arena del Caribe pasándolo muy mal. Al principio tenía mucho miedo, era un reto contra ella, contra una vida confortable y cómoda. Se siente orgullosa de haber descubierto en su persona de ese modo la capacidad de aguante y sufrimiento mucho mayor de lo imaginable. Es un aprendizaje que te lleva a la conclusión de que para ser feliz se necesita nada, muy poco, que vivimos en una dinámica estresante. Llega un momento en que el horror de estar tan fea te da lo mismo. Lo material no importa.

A veces se tiene miedo de perder el pasado por eso le pido a Carmen que me hable de su infancia. Me sorprende. Sus abuelos indianos, vivían entre las colonias de Cuba y España hasta que llegó Fidel y no pudieron volver a las Américas, por eso su madre que era de León, embarazada de ella fue allí a dar a luz, donde tenía familia. Ella se siente de San Sebastián y hoy es un día especial, de noche será la gran fiesta de la tamborrada, lo que la hace sentir melancólica al escapar su mente a los recuerdos. Era una niña muy querida y solitaria, le gustaba leer sola cuentos y disfrazarse, las amigas pronto estaban de más, las dejaba buscando su soledad. Le horrorizaba el colegio y madrugar más que nadie para que le peinaran los tirabuzones.

Se casó joven, a los pocos meses de conocer al que fuera su marido y amor de su vida, pero Guillermo murió en un accidente de tráfico dejando a su viuda con veinte y tres años de amor compartido. Encojo de hombros cuando veo sus ojos húmedos por la emoción al compartir conmigo la soledad de su pasada Navidad. Se ha sentido huérfana, echaba de menos al amor de su vida, su marido. Por primera vez, me cuenta, se ha dado cuenta que está predispuesta a encontrar con quien compartir su futuro y sumar con quien la haga feliz. Entre sus dedos veo que aún lleva la alianza de casada. Me emociona, ya somos dos con la lágrima suelta. La verdad es que sorprende esa ternura en una mujer que se ha vuelto a enamorar muchas veces, de señores guapísimos, ninguno español, hay que decirlo, pero siempre los ha visto como personas de transición. Su marido era un hombre diez y no encuentra ese nivel. Una de sus historias es buenísima, conoció al hombre «too much» en París, era tan guapo que pensó que era gay. A su regreso a Madrid, llegó a su casa y se encontró con un maravilloso centro de flores. Al día siguiente iniciaron una historia locos de amor. Conoció a otro señor y el francés le pillo el móvil con los mensajes, era tan celoso que cuando llegó Carmen a casa le había llenado el suelo de post-it con todos los mensajes copiados por él, aquello parecía un decorado de oropel. Carmen lejos de molestarse se echó a reír, aquél enloquecido y ella sin dar crédito a su comportamiento. Creo que a veces no se quiere de la misma forma que te quieren. Lo material no es necesario para ser feliz.