Parece inevitable que tras el resultado de las últimas elecciones celebradas en España (con el concurso de quienes libremente votaron lo que quisieron, aunque no sé si de forma muy consciente a la vista de lo que está ocurriendo y lo que estamos padeciendo), nos veamos abocados al vértigo de un inquietante abismo que solo nos puede llevar al laberinto de lo imposible, al dédalo de la frustración y el enfrentamiento excluyente. Otra vez la cainita España que dibujara Machado. Se antoja muy difícil, casi imposible, que el PP -o quizá sería mejor decir Mariano Rajoy- esté en condiciones de conformar apoyos que le permitan seguir gobernando aunque fuera sobre las bases de un exigente programa común de importantes reformas. Rajoy, y por extensión el PP, no tiene quien le escriba ni quien le llame (menos las emisoras de radio travestidas). Es tal el encono que desde hace años el PSOE, los independentistas, la extrema izquierda y los antisistema tributan al PP gracias al tolerante Zapatero y aquél pacto del Tinell que tanto daño le ha hecho a España, incluida Cataluña; es tal ese cordón sanitario que le procuraron como enfermo contagioso; es tal la inquina, insisto, que España parece ser el único país de la Europa democrática incapaz de pensar más por el bienestar de sus ciudadanos, por su estabilidad como nación, que por los mezquinos intereses partidistas e incluso personalistas. Esa es su grandeza de miras y el respeto que les merece España.

Resulta verdaderamente increíble -por su rechinar intelectual, ético y democrático- que con todo lo que ya se conocía antes de las elecciones, lo que se está conociendo y lo que falta por conocer de Podemos y alguno de sus líderes, una parte importante de la ciudadanía siga dándoles apoyo. Un grupo-partido-asamblea, por cierto, de los más rígidamente dirigidos y jerarquizados. Además de unos cuantos eslóganes machaconamente repetidos, de unas cuantas poses mediáticas muy hábilmente explotadas, de una estética tan aburrida como uniforme (en el sentido de que los uniformes caracterizan a los miembros y miembras de los clubes elitistas para distinguirlos de los demás); además de eso, digo, todavía no sabemos muy bien qué hay detrás de Podemos, de sus verdaderas intenciones, de su vocación democrática tal cual ésta se entiende en Europa o de sus propuestas económicas más allá de la mera demagogia a la griega. Todavía no sabemos -o quizá sí- cuándo criticarán sin fisuras el totalitario y antidemocrático régimen del chavista Maduro sin utilizar frases huecas y equidistantes (las imágenes del avión militar de Maduro llevando a la democrática Venezuela como invitados de honor a unos cuantos y cuantas no solo ruborizan, es que inquietan sobremanera); cuándo explicarán las conexiones ¿sólo económicas? de alguno de sus líderes con otro régimen tan democrático y respetuoso con los derechos humanos (especialmente los de la mujer, los de los homosexuales) como es la teocracia absolutista de Irán; cuándo rendirán transparentes cuentas de todo ello a la opinión pública. No lo sabemos y quizá nunca lo llegaremos a saber; sin embrago, una parte nada desdeñable de la ciudadanía les sigue confiando su apoyo, otra verdad que no podemos obviar.

Esto es Podemos y sus misterios sin resolver. Pero convendría refrescar, con la pedagogía maquiavélica tan cara a Pablo Iglesias (el otro), ciertos datos y realidades que constatan cómo Podemos no es un grupo tan monolítico como sus caudillos desearían. Ni mucho menos. Ellos y ellas también resultan cautivos de sus ambiciones, esclavos de su éxito, merced al laberíntico entramado de siglas, tendencias, partidos, agrupaciones, formaciones, mareas y bloques con los que se ha presentado en España para mejorar sus resultados. Y todo ese puzle transversal, asimétrico y políticamente egoísta (qué hay de lo mío) no resultará gratuito ni pacífico. No tardaremos en ver lo hipnótico que es el poder cuando lo empiezas a acariciar y se te va de las manos. Con el poder y sus privilegios no se juega, por eso quieren disfrutar del mismo cuanto antes. Déjense del pueblo, la ciudadanía, la sociedad, los problemas de los más necesitados y toda esa letanía de mantras con las que regalaron el oído de los más incrédulos. Es el poder, el dinero, los privilegios, los nombramientos, los asesores, los amigos, los familiares. Es el poder. Qué no le cuenten a ustedes dos que la poesía es un arma cargada de futuro; el poder sí es un arma letal, y, según en qué manos, muy peligrosa.

En la intersección de esas coordenadas debemos entender el perplejo dilema en que se encuentra el PSOE. Digo el PSOE, no Pedro Sánchez, que ni está perplejo, ni tiene dilemas que resolver, ni dudas que aclarar; o es presidente o se retira de la política, de ahí que ya esté pactando con Iglesias, del que quedará irremediablemente cautivo. Otra vez el poder sin matices aún a costa de que esa codiciosa ambición acabe destruyéndote. Pero eso (Sánchez) tiene solución, lo que sería un cataclismo de fatales consecuencias es que acabe por destruir también a un partido imprescindible e histórico como el PSOE. No olvides, Pedro (y por extensión el PSOE) que cuando los dioses quieren castigarnos atienden nuestras plegarias. Amén.