Es mejor pedir disculpas que pedir permiso. Esta premisa puede resultar eficaz en determinadas circunstancias, no lo niego, pero abrazarla como filosofía de vida entraña riesgos que la desaconsejan. Yo al menos, la desaconsejo. Es ésta, sin embargo, fundamento y estrategia del tripartito de Alicante puesta en práctica no pocas veces. Hago lo que quiero cuando quiero y como quiero, y luego, si es menester, y me obligan, lo consulto. Y si me apuran más, mucho más, hasta puede que me disculpe.

Reconocer errores es una virtud, y pedir disculpas, un bien mayor. Pero no todas las disculpas tienen el mismo valor, porque no todos los errores responden a la misma causa ni conllevan las mismas consecuencias.

Cuando el error incluye la clara voluntad de errar, la cosa cambia. A veces, uno se equivoca porque quiere, porque le interesa, asistido por una ignorancia maliciosa que solo sirve de coartada a la acción. Eso, muy pocas veces, lo hace mi hijo. Sé que está mal, pero lo quiero hacer. Si pregunto, no me dejarán, pero lo quiero hacer. Puede que me equivoque, pero me da igual, lo quiero hacer. Así que lo hago, y si me dicen algo, ya se me ocurrirá una excusa. Y siempre estaré a tiempo de lloriquear, de pedir perdón, aunque en el fondo, esté muy satisfecho de haberme salido con la mía.

Convertir una disculpa en un mero trámite es una mala artimaña que la devalúa, la deja sin contenido ni efecto. Una disculpa a tiempo, sentida y sincera, se reconoce a la legua. La otra, también.

Desde que el pasado mes de diciembre se dejó en la calle a las asociaciones usuarias del Hotel de Entidades de la ciudad, fuimos muchos los que alertamos del atropello que se estaba cometiendo. Una decisión que llegó sin previo aviso, fiel a la consabida directriz de «todo por el pueblo, pero sin el pueblo» que desgraciadamente está popularizando el tripartito. No se consultó con las entidades porque ya se intuía su postura y oposición a tal medida. No se facilitó el diálogo entonces, porque la decisión estaba más que tomada y se iba a llevar a cabo con el gusto o el disgusto de los afectados. Y desde la Concejalía de Participación Ciudadana no se atendió ninguna solicitud, se nos ignoró en el pleno de diciembre, porque no apetecía escuchar las quejas y mentiras de los «grupúsculos de manipuladores», porque no había ningún ánimo de rectificación y porque a fin de cuentas estábamos en Navidad y todos querían irse de vacaciones.

Una disculpa a tiempo siempre reconforta y puede evitar males mayores. Una disculpa a destiempo, revela cierta desgana y poca confianza. La disculpa de ayer de Julia Angulo llegó tarde, muy tarde, y sin soluciones inmediatas. Hubiese estado bien un plazo bien definido, para garantizar el regreso de las entidades a su lugar de trabajo con la misma agilidad y urgencia con la que fueron desalojadas de su emplazamiento en calle Hércules. Hubiese estado muy bien, pero no se hizo. Las entidades tuvieron que conformarse con la misma «no solución» que se les dio en diciembre y un aplazamiento del debate en forma de comisión improvisada, sin alternativas a la vista, sin voluntad de restituir el daño causado. Se aceptó la disculpa sospechosa de la concejala con resignación, y se acató su propuesta porque no les queda otra más que confiar en que llegará una solución. Aunque todos sabemos que no llegará, como tampoco ha llegado una verdadera disculpa.

Este es otro cuento para no dormir en la ciudad que debía ser la más social, la más progre y la más chuli de todas, pero que se ha quedado en una vulgar trastada de niños, esta vez, en forma de desahucio exprés a las entidades de interés municipal de la ciudad. Casi nada. Eso sí, pediré disculpas de antemano por si acaso con mis palabras he ofendido a alguien.