Una ONG tan poco sospechosa como Oxfam Intermón acaba de publicar el estudio Una economía al servicio del 1% sobre la pobreza y la exclusión social en España. En él, entre otras cuestiones, resalta el hecho de que los 20 españoles más ricos tienen tanto dinero como el 30% más pobre.

Ya conocíamos, gracias a Credit Suisse, que en 2015 el 1% más rico de la población mundial concentraba casi tanta riqueza como el 80% más pobre. Son muestras de una creciente desigualdad social. La brecha entre ricos y pobres crece a todos los niveles y a un ritmo insostenible. Y, en España, en el período 2007-2014 se ha disparado: Somos el 2º país, de la zona euro, en donde más han aumentado las diferencias, casi diez veces más que el promedio europeo. En septiembre de 2015 se constataba que casi el 30% de la población española, algo más de 13 millones de personas, se encontraba en riesgo de pobreza o exclusión social.

A pesar de la tan cacareada «recuperación económica» y de ser la locomotora del mundo mundial, la realidad cotidiana dista mucho de la propaganda. Y no es todavía peor gracias al abaratamiento del petróleo y a la persistencia de unos tipos de interés excepcionalmente bajos, que permiten que la astronómica deuda pública generada con el Gobierno del PP, y que asciende casi al 100% del PIB y a más un billón de euros, no acabe de asfixiarnos económicamente. Dos situaciones internacionalmente muy favorables y en las que, evidentemente, el Gobierno español no ha tenido nada que ver, ya que se han generado fuera de nuestras fronteras.

A nivel interno la incapacidad del actual Gobierno en buscar soluciones justas y duraderas a la crisis actual está demostrada: Después de 4 años, el paro sigue en niveles escandalosos y la tasa de cobertura ha bajado a mínimos históricos: poco más de la mitad de los inscritos y, de ellos, gran parte con sólo 426 euros al mes. El desempleo juvenil, con tasas cercanas al 50% y la precariedad laboral están contribuyendo a esa creciente desigualdad social en España. A pesar de ello, el modelo fiscal español es cada vez más regresivo: por cada euro en impuestos procedentes del capital, nueve lo son por rentas procedentes del trabajo. Cuanto más dinero se tiene menos se paga. El mundo al revés. Las SICAV y la ingeniería fiscal consiguen «milagros» y si falta algo siempre hay una amnistía para aflorar, casi gratuitamente, los capitales detectados. Sin embargo, entre 2007 y 2014, siempre según la ONG citada, el salario medio en España ha caído más de un 22%, mientras que los beneficios de multinacionales y grandes corporaciones se han multiplicado y casi exentas de pagos.

Cuando se habla de cambiar las políticas sociales, son estos los temas que hay que priorizar: apostar por rescatar a las personas, a los sectores más desfavorecidos, ir a una sociedad más justa. Las recientes elecciones, aún con muchas dificultades, permiten explorar otras posibilidades de gobierno distintas a lo que hemos conocido hasta ahora.

La entrada en el Congreso de una buena representación de la gente que, habitualmente, vemos por las calles es motivo de esperanza: muchas más mujeres, gente nueva y más joven y preparada.

Que se les critique por su vestimenta, por su peinado, por sus discursos de aceptación del cargo, etcétera, es sintomático de que están rompiendo moldes muy desfasados. Que representantes del Gobierno muestren su enfado por estas cuestiones o por el modelo de traje de Reyes Magos es sintomático de la urgencia de cambiar. Curiosamente casi todos los imputados por corrupción han ido siempre muy bien trajeados y arreglados. Ya dice el refrán que «el hábito no hace al monje».

Presente el señor Rajoy su propuesta de gobierno, si es que tiene algo nuevo que ofrecer y, si no consigue los apoyos necesarios, deje que otros lo intenten desde posturas más progresistas. Pero no nos amenace con más problemas, porque haber aguantado cuatro años a su gobierno ya tiene mérito.