Los humoristas a lo suyo. A su manera, sin duda irónica, de enjuiciar, entre otros menesteres, la actualidad política con propensión a mostrarse divertidos y hacernos participar de su diversión. Inician esta misma semana recorriendo un camino ya trillado y al que volverán, incansables, porque el ambiente que respiramos lo requiere. Por lo visto algunos políticos están para eso, para recibir cuchufletas dada su larga, larguísima, permanencia en un sillón que parecían tener en funciones y tratan de convertirlo en propiedad por legislaturas y más legislaturas interminables. Alto ahí, señores o señorías que los sillones son propiedad del pueblo y forzoso es devolverlos aunque, en ocasiones, resulte doloroso. Algún caso podría citar que causa vergüenza ajena porque el crecimiento es imparable y cada cuatro años demasiados rostros de viejos políticos asoman por el hemiciclo sin recato y sin advertir que caen en un indeseable podrigorio porque los cuerpos no están para tantas batallas perdidas según la mirada de un pueblo atónito. Ahora cuando se redactan los programas electorales, que se cumplan o no se cumplan las promesas es harina de otro costal, algún avispado beneficiario, pasado o futuro, trae a colación aquello de limitar los tiempos de permanencia en los soleados rincones de la política activa, más bien pasiva. Que no es eso señores, señorías. Cada mochuelo a su olivo cuando haya finiquitado el tiempo prestado y que nadie, absolutamente nadie, pueda cantar bingos en lugares públicos oficiales.

Con permiso, después de tan larga disquisición, vuelvo al gremio humorístico, pues con sus acertadas y divertidas tareas he dado comienzo al artículo y así debo seguir. Eso creo. El camino que recorren los hombres de humor, de buen humor, es inacabable, dado que el material humano del que disponen para su trabajo es duradero, in saecula saeculorum. La condición humana parece que lo impide. Cito a dos de los más famosos dibujantes de los periódicos de ámbito nacional. Uno de ellos, Forges, apunta que «a la mayoría de los españoles -una mayoría muy mayoritaria, digo yo- les duele la cabeza, por Mariano». La coma, en su oportuna aparición, impide identificar al personaje del bocadillo que acompaña a la ilustración, pero no resulta difícil resolver la duda y pensar -el pensamiento es libre- que se trata del ilustre gallego dubitativo que no mueve ficha, que no tiene prisa, que en este momento no toca tocar el tema, que posiblemente no lo ha decidido aún, que no lo sabe el desconocido Mariano, vamos. Por su parte el arquitecto Peridis despeja las posibles dudas que pueda tener el personal que se acerca a su dibujo. «Tal como están las cosas al PP no le interesa que siga Mariano». Se identifica, perfectamente, al señor presidente, porque el lápiz del ilustrador lo presenta con su característico puro -tal vez no sea fumador empedernido, ni quizás -¡quién sabe!- hacedor de humo- y envuelto en la bandera española». Que, por cierto, no es suya. Y punto.

Así está nuestro patio político. El pueblo en reciente cita electoral ha pintado un cuadro superrealista que no tiene desperdicio. Cada quien ve en el lienzo lo que realmente desea al margen de los colores utilizados. Los autores piden, claman, que todo cambie para que nada sea igual. Se pudo pensar que un nuevo año traería nuevas expectativas de renovación completa -o casi- del Congreso y no nueva parada en el camino. En honor a la realidad hay que decir que algo se ha hecho. El Parlamento ya no será el mismo, no habrá rodillos abusivos, ni mayorías absolutas que provocan sonrisas insultantes. Se ha querido algo nuevo y por lo que se vislumbra en el horizonte todo va a quedar en manos de los humoristas que se toman la cosa muy en serio, provocan sonrisas un tanto amargas tal vez, pero ponen su dedo irónico en la llaga. Mientras tanto el presidente del Gobierno sigue en sus trece, «que ha ganado las elecciones». Nadie lo pone en duda. Pues gobierne, señor o vuelva al punto cero -o ceda, pese al triunfo- para acabar, definitivamente, con esta desigual e insostenible situación.