Se han reanudado en la Sede de la Universidad permanente los cursos para yayos desocupados y afanosos de saber. Acudo a mi curso de Borbones y voy a acabar - aplicado que es uno- sabiendo de la dinastía más que los expertos en sangre azul. Extraordinarias las clases magistrales y bien empleado el dinero público aunque ninguno de los que allí estamos sirvamos ya ni para tacos de escopeta ni vayamos a rentabilizar el saber salvo para nuestro propio regocijo. Me entero de que el Rey -Felipe VI- ha anulado el viaje previsto a Arabia Saudí por la delicada situación de España. ¿Delicada? Su antecesor numérico, Felipe V, sí que lo tuvo crudo, delicado, en el candelabro inestable y en los campos de batalla de media Europa. Nombrado rey a dedo -por el inútil integral de Carlos II- nada más saberse el testamento, se montó la que muchos consideran la primera guerra mundial. Alemanes, austriacos, portugueses, ingleses y holandeses -reservándonos algún infiltrado de otro sitio-, contra franceses y españoles. Es decir, austracistas contra borbónicos. Eso es una guerra y lo demás son bobadas, con cargas de caballería, pueblos quemados y hasta el monte Benacantil arrasado por la feliz idea del caballero D'Asfeld para hacer salir a los resistentes en el castillo de Santa Bárbara mediante una gran explosión que se llevó por delante la mitad de la montaña.

Quienes se empeñan en decir que el reinado de Felipe VI tiene una gran complicación basan su afirmación en la aritmética parlamentaria surgida del 20 de diciembre -de infausta memoria para algunos-. El presidente Rajoy -absolutamente entendible y respetable su actitud, que está en su pleno derecho- se empeña en un gran pacto, una coalición a la alemana para salvar el país, un gran entendimiento para que todo siga como está y él pueda seguir mandando, que llevaría a los socialistas a suicidarse. La sangría de votos sería épica. El presidente Rajoy, apela al miedo, a las coaliciones de perdedores, apela a Europa y al supremo interés nacional -todo esto visto desde su punto de vista, muy laudable aunque no sea el único-.

Pedro Sánchez anda a la greña con Pablo Iglesias por los pactos llevados a cabo para que el exlehendakari Patxi López sea presidente del Congreso. Pablo acusa a Pedro de haberse vendido por un plato de lentejas, por una silla encaramada a una tarima. Se amenazan en público y se besan en privado. Saben que su unión es imprescindible para el gobierno de izquierdas que han votado muchos más de doce millones de españoles. Si realmente quieren cumplir el mandato que les han dado las urnas -a los dos además de a Alberto Garzón, el de IU- están condenados a entenderse porque se engañan si piensan que ganarían votos en unas elecciones anticipadas. Solo el PP ganará unas elecciones si estas se celebran antes del verano porque su campaña ya está hecha: estamos votando otra vez porque no hemos querido romper España ni venderla a los separatistas ni a la ultraizquierda. Y ahí estarán los millones de votos del miedo atascando las urnas.

Ese no es el problema -para mí no lo es-. Ni quiero que España se rompa, ni se va a romper, ni hay potencia ni ambiente ni circunstancias para destrozarla como profetizan los pájaros de mal agüero. El problema es otro.

Veo en los telediarios y leo, negro sobre blanco, un informe de la ONG Intermon Oxfam sobre la desigualdad imperante en el mundo en general y en España en concreto. 85 personas acumulan, ellas solitas, tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial. O sea 85 acumulan tanto dinero como 3.600 millones de personas. En España, los 20 más ricos, poseen una fortuna igual que los 14 millones de personas más pobres. La mitad de la renta mundial está en las manos del 1% más rico de la población. Toda una muestra inequívoca de justicia social. Así la paz es imposible. Sin justicia social no se puede evitar que proliferen y fructifiquen todo tipo de movimientos antisistema en ese ideal caldo de cultivo.

En unos días se reúne en Suiza el foro mundial Davos. Cierto que ellos tienen el poder, cierto que reparten migajas para evitar que las situaciones se tornen explosivas, pero eso es poner a la zorra a guardar las gallinas porque las estrategias de los poderosos imponen políticas que protegen sus intereses. Las élites económicas secuestran el poder político -con su coacción monetaria y crematística- e imponen sus criterios para seguir en su posición de cómodo e injusto privilegio.

Esa es la clave de un gobierno justo: las urgentes políticas para paliar el desfavorecimiento de los más necesitados. Esa es la clave de lo que necesita España, unas políticas que tiendan a eliminar las graves desigualdades sociales. Un sillón más o menos, un ministerio o una dirección general más o menos, importan bien poco. Trabajen, los políticos que accedan al poder fruto de las últimas elecciones, para que sea mentira la afirmación de la escuela crítica de criminología: los poderosos hacen las leyes a su medida y con el único fin de perpetuarse en el poder.