No deja de sorprendernos la labor de esos rigurosos investigadores que, sometidos a escrupulosos criterios científicos, llevan a cabo estudios asombrosos que amplían día a día nuestra visión de la psicología humana.

Un ejemplo de ello lo encontramos en el postulado de la escritora y especialista en ética médica Harriet A. Washington, autora de Infectious Madness: The Surprising Science of How We «Catch» Mental Illness. Harriet propone que ciertas enfermedades mentales, como la esquizofrenia o el autismo, estan causadas por infecciones bacterianas y, como tales, podrían ser contagiosas. Aunque parezca algo descabellado, lo cierto es que la comunidad médica lleva décadas suponiendo que, efectivamente, estas enfermedades pueden tener relación con ciertos virus que afectaran a la madre durante su embarazo y se transmitieran al futuro ser, en un momento en que este aún no cuenta con las defensas necesarias para combatirlo. De ser así, tal vez muchos trastornos se curarían con una medicación específica.

Igual de sorprendente fue la investigación que se llevó a cabo en 1999, en la Universidad de California, tratando de demostrar que, desde épocas prehistóricas, existe una predisposición genética en ciertas personas que les empuja a la migración. Al parecer, un gen llamado receptor de dopamina D4 (DRD4), está directamente relacionado con la búsqueda de emociones y la migración. De hecho, la mayoría de los participantes del estudio que se realizó para comprobarlo, portadores de dicho gen, presentaban una larga historia de viajes. A partir de este experimento, el periodista del National Geographic David Dobbs listó docenas de estudios que demuestran dicha hipótesis. Los portadores del DRD4 albergaban claros deseos de explorar lugares desconocidos, probar comidas exóticas, o establecer nuevas relaciones. Podríamos llamarlos: aventureros naturales.

Por su parte, desde la Universitat Politècnica de València se está desarrollando un experimento para confirmar una hipótesis aparentemente descabellada: que la música tiene una influencia en nuestra percepción del sabor. Para ello, Mariano Alcañiz, director del LabLENI-I3B y su equipo, analizan concretamente la vinculación que existe en el interior de nuestro cerebro entre un vino «oloroso» blanco de Jerez y cuatro diferentes palos (estilos) del flamenco. En la investigación participan reconocidos sumilleres de la Comunidad Valenciana, y tratarán de describir cómo funciona el sentido del gusto, desde que se percibe el estímulo, hasta que dicha información inicial se combina con otras experiencias previas almacenadas en la memoria.

Nuestra gratitud y reconocimiento hacia todas esas personas que contribuyen, a veces con escasos apoyos, a esclarecer los misterios de nuestro comportamiento y, de paso, a mitigar las creencias supersticiosas que nos lastran. .