Estamos en una época totalmente distinta en la Historia de España a cualquier periodo diferente a la democracia, sólo precedido por la Segunda República, a cuando en los antiguos libros escolares del franquismo se decía «largo y oscuro se presenta el reinado de Witiza». Afortunadamente ahora las instituciones democráticas garantizan la continuidad del sistema, ese criticado antes desde fuera por los ahora instalados en la Cámara, como «régimen del 78».

Tendremos por un tiempo un Gobierno en funciones. Es decir, un Gobierno limitado a los asuntos de ordinaria administración pero que, en este caso, dispone de unos presupuestos generales aprobados por las cámaras antes de su disolución y que se encuentra en perfectas condiciones de asegurar la gobernabilidad del país. Comenta muy bien Miguel Ángel Aguilar que un Gobierno en funciones estará flanqueado por las instituciones en vez de instalarnos en el desconcierto postelectoral va a hacer que suene la hora de las instituciones que, al final, dan la medida de la consistencia de un país.

Quienes clamaban «no nos representan» han pasado a ser representantes y que quienes se alineaban en la convocatoria del «rodea el Congreso», han entrado al hemiciclo para ocupar el número de escaños que les corresponden conforme a los diputados obtenidos. Los periodistas que trabajan en el Congreso nos relatan que en la mañana del miércoles 13, aparecían muchos diputados con su desorientación espacial; su heterogénea indumentaria „informal pero «arreglỄ; sus mochilas para mejor aparecer sueltos de body; sus charangas y sus celebraciones. Se manifestaban algunos incapaces de abandonar la exacerbación verbal y gestual propia de los platós de televisión en la pasada campaña, centro geométrico de todas las descalificaciones, de lo que ha derivado el bloqueo absoluto para cualquier acuerdo de gobierno.

Sucede que para el acceso al ejercicio de sus funciones públicas, cada uno de los diputados conforme al Reglamento hubo de ser preguntado por el presidente si juraba o prometía acatar la Constitución, con obligación de responder «sí, juro» o «sí, prometo». Este sí o no, como Cristo nos enseña, se utilizó el miércoles día 13 para intercalar toda clase de manifestaciones en todos los idiomas del ruedo ibérico, cuidando, eso sí, de no incurrir en invalidaciones. Se sucedieron numeritos circenses que desdicen y difieren del comportamiento de otros diputados con años de entrega a la defensa de las libertades y de lucha contra la dictadura que prometieron el acatamiento de la Constitución sin mayores alharacas.

Los podemitas imponen ahora las líneas rojas, que no giran en torno a la agenda social ni a las necesidades básicas, sino en la celebración de un referéndum para Cataluña que no tendría validez legal ninguna, o en la formación de uno o varios grupos parlamentarios. Esa es la raya del vértigo, porque todos saben que quien aparezca como responsable del bloqueo que lleve a una nueva convocatoria pagará prenda en las urnas y que la vuelta a las urnas se haría en condiciones de mayor polarización, favorecedora de las opciones a uno y otro extremo del abanico y con desertización del centro. Veremos.