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José María Asencio

Diputados lactantes

Que en España existe un problema en materia de conciliación de la vida profesional y personal es de una evidencia incontestable. Que poco o nada se ha hecho al respecto, también. Pero, que la señora Bescansa se lleve a su hijo recién nacido a Las Cortes y le amamante, es solo un espectáculo que ni quita, ni pone, pues su deber ahora consiste en trabajar para aportar soluciones, no en organizar shows. Forma parte esta acción del montaje mediático que suele acompañar a este partido de Podemos y que le resta seriedad a sus acciones. Habrá que ver si la puesta en escena va acompañada en el futuro de trabajo y de propuestas concretas. Porque, esa es la función del Parlamento, no la agitación social.

El acto de Bescansa, más que reivindicativo, constituye, además, una ofensa a la mayoría de las mujeres que no pueden llevar a su hijo al trabajo y a las que esta señora ha mostrado sus privilegios, pues privilegio es una sesión parlamentaria en la que su labor consistió en estar sentada y votar dos veces. Ella puede hacerlo; las demás, no. No puede ser reivindicativo lo que no es practicable.

No veo, aunque me esfuerzo, a profesoras dando su clase con el niño en brazos o correteando por el aula mientras la madre imparte doctrina. O a dependientas atendiendo a los clientes con el niño en la cuna. O a una conductora de autobuses dando de mamar al niño mientras cambia de marcha o a una taxista haciendo lo propio a la vez que lleva a los pasajeros al aeropuerto. O, más llamativo, a una cirujana operando con el niño en una mano y en la otra el bisturí o a las ministras con sus hijos en las sesiones del Gobierno. Tampoco veo a las madres llevando a sus hijos al tajo o al incendio si se trata de bomberas o al lugar del crimen, si son policías. Lo que ha hecho la señora Bescansa, pues, por su intrascendencia e imposibilidad, debe ser duramente criticado. Por ello, dada la inaplicabilidad de su gesto, debería ponerse a trabajar, a meditar serenamente en actuaciones posibles en materia de conciliación. Para eso le pagamos todos, no para exhibiciones que, al margen de su buen o mal gusto, son imposibles.

La señora diputada debe empezar a asumir la responsabilidad de su función. Ya no está en la calle tras una pancarta pidiendo a los poderes públicos que hagan o deshagan. Porque, aunque no se dé cuenta, hoy es ella misma ese poder público. No puede ya encabezar la reivindicación, pues es a ella a quien los ciudadanos van a exigir. No tiene sentido que pida medidas, que se exhiba en actitud revolucionaria, porque es ella la obligada a implementarlas. Y, desde luego, una vez organizado el espectáculo y vista su sensibilidad, debemos exigirle que, de forma inmediata, proponga una batería de medidas legales que hagan eficaz la conciliación. Su obligación ahora es la de proponer medidas concretas, no la de lamentarse, agitar conciencias, crear opinión e imputar a terceros la culpa. No está en la calle, en el 15M, sino en un órgano legislativo del que forma parte. Espero, pues, que presente de forma inmediata en Las Cortes una proposición o proyecto (ya veremos) de ley en esta materia. Y un proyecto articulado, no una declaración de intenciones que se queden en eso. Si no lo hace, quedará como una simple manipuladora que ha utilizado a su hijo para captar voluntades.

El Parlamento no es un órgano de agitación, no tiene como función crear opinión o remover conciencias. Es Poder Legislativo y su papel es el de legislar, regular y solucionar problemas. Esa confusión, propia de quien no ha asumido su papel constitucional, aparece con tal contundencia, que mucho me temo que en adelante Las Cortes van a legislar poco y trabajar menos. Eso sí, servirán para representaciones de todo tipo como las que tuvimos que presenciar.

La actuación de la señora Bescansa, que carece de trascendencia efectiva, descalifica en buena medida la labor seria y rigurosa de muchas personas que llevan años trabajando en la materia. Porque, cuando lo que hace no es transportable, ni es solución, no sirve para otra cosa que para descalificar lo bien hecho, aunque sea poco, para provocar críticas o sonrisas o, simplemente, como es el caso, para movilizar a la ciudadanía, no hacia la comprensión del problema, sino hacia su formación política, que maneja perfectamente los medios de comunicación.

A mí no me mueven los espectáculos. Prefiero una buena ley, aplicable, seria y rigurosa. Se ha puesto al frente del problema, públicamente y asumido, por tanto, una obligación que le demandamos lleve a efecto, sin demora y con rigor. Póngase a trabajar y no descanse hasta que culmine lo que entiendo es un compromiso que ha contraído con su gesto para con la sociedad. Solo así la podremos creer. Y, por favor, deje a su hijo en casa; no son Las Cortes un lugar donde puedan aprender los niños nada bueno. Y ya se sabe la importancia del ejemplo.

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