Sí, es verdad. El mundo podría ser de otra forma. La evolución de los últimos milenios de civilización podría haber deparado una sociedad distinta: sin injusticias laborales en grandes empresas; con urbes donde sólo existieran comercios pequeños; y con ciudadanos que desbordaran las calles no para hacer compras de Navidad o Rebajas sino para asistir a museos y recitales de poesía. Hubiera podido incluso suceder que el rector filosófico de este nuestro planeta no fuera Adam Smith y su regla de la oferta y la demanda, sino el muy olvidado Platón, empeñado en convencer a sus congéneres de que han de luchar por lo que «debe ser» y no por lo que «es». Vale. De acuerdo. Pero ni la avenida de Maisonnave parece el lugar idóneo para cambiar la mentalidad europea contemporánea ni nadie le ha pedido a los gestores del Ayuntamiento de Alicante que se metan a filósofos.
Porque el problema del gobierno de Echávarri, con la complicidad en este caso del Consell, reside en que intentan que sus convecinos sean como ellos creen que deberían ser y no como son. Y por eso intentan cambiarlos por decreto, regulándolo todo, fiscalizando el pálpito de una ciudad desde un despacho y coartando su libertad socioeconómica. En virtud de unos dogmas izquierdistas mal entendidos, permitieron ayer domingo que Maisonnave fuera más gélida. Y no, por poner un ejemplo, promocionando museos en la zona, como haría una izquierda cabal, para permitir a los ciudadanos elegir entre la cultura y el consumo o hacer las dos cosas, que la mañana dominical es muy larga, sino cerrando las grandes superficies. El resultado, calles y plazas más vacías y bares y pequeños comercios a los que se supone debe defenderse, también clausurados al quedarse sin el efecto llamada de los establecimientos grandes: menos negocio y menos trabajo. Lo que no es muy de izquierdas.
Ese mismo domingo, en el centro de Valencia y aprovechando las bendiciones del sol invernal, uno podía tranquilamente desayunar por Ruzafa, acudir a las tiendas de cualquier tamaño de la calle Colón atiborrada de multitudes y concluir la mañana con un aperitivo en la plaza de la Virgen; en Maisonnave, con el mismo sol, el día fue más triste: no sólo se le negó a este paraje urbano prosperidad económica; también -y eso no le habría gustado ni a Platón, tan amante de la felicidad- la alegría cotidiana de los domingos.