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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Posturitas

Quien sea periodista y diga que no le gusta el espectáculo, miente. Sucede que no son lo mismo las ceremonias sangrientas que los teatrillos con guión, ensayos y apuntador, sainetes más falsos que un payo (juro no caer en lenguajes políticamente incorrectos para no ser reo de menosprecio racial, faltaría plus). Desde esta atalaya que tanta política ha contemplado -y no por sabiduría sino por edad- debo decir y digo que comparar el malditismo de Alfonso Guerra con el de Pablo -Podemos- Iglesias es equiparar un combate a muerte de gladiadores en el Anfiteatro Flavio con ese programita de Belén Esteban y compañeros mártires. No es ya postureo -término que entró en mi lista de prohibidos desde que se lo oí a la chiquitina que se postula para presidenta- son posturitas.

He contemplado con atención la constitución de esta XI Legislatura y me debato internamente entre la indignación y la ternura. Me molestan a rabiar las sobreactuaciones de cara a la televisión: lágrimas forzadas, alegrías extemporáneas, gente encantada de conocerse, juramentos guionizados y argumentos de manual para caer bien al telespectador con un C.I. de 75, que además pierde neuronas a chorro por estar conectado sin criterio a la caja tonta. Me dan ternura, en cambio, sus gestos de recién llegados a la moqueta: selfies en la bancada, dedos señalando los agujeros del techo? es la alegría que debieron sentir los bolcheviques al tomar el Palacio de Invierno y limpiarse las botas con las cortinas del Hermitage, mientras se llenaban los bolsillos de huevos de Fabergè.

Este Iglesias (debería cambiarse el nombre porque la comparación con «El Abuelo» me parece una falta de respeto) actúa siempre, debe representar su papel hasta en la ducha, y me da grima no por lo que dice sino por cómo lo dice. Son tan antinaturales sus gestos, ese atribuirse la representación del pueblo llano, la incapacidad para la autocrítica, que desde luego es la imagen perfecta del tertuliano de televisión que no duda nunca y dice las mayores barbaridades sin que se le caiga el belfo ni le crezca la nariz. La política como show mediático que se inicia en el Parlamento y se culmina en cualquier tertulia televisiva puede perfectamente sustituir al famoseo, al fin y al cabo ver «Sálvame» es cosa de ver en privado y con mala conciencia, mientras que un debate parlamentario tendría que tener, supuestamente, nivel y prestigio, aunque al final se hable de con quién se lía fulanita.

En ese «todo por la imagen» entra desde el bebé de la diputada podemita hasta el juramento del catalán o la enésima súplica de Rajoy para que le dejen seguir de presidente, pofavor, pofavor, cuando ya sabe que antes se helará el infierno que le permitan seguir gobernando, a él, personalmente. Del bebé tengo sentimientos encontrados, porque estaría bien siempre que a cualquier compañera de trabajo le permitieran llevarse a su retoño al curro, cosa que no va a pasar, me temo. Que una señora privilegiada aproveche su puesto para reivindicar el hecho, me parece aceptable como símbolo, pero al mismo tiempo es darle en las narices a todas las trabajadoras que han tenido que madrugar, dejarse el niño en la guardería o, mucho peor, renunciar a su puesto de trabajo por ser incompatible con la maternidad. Y, me temo, tampoco da una especial seriedad al Parlamento.

Respecto del juramento del catalán, bien podía haber jurado por Snoopy, que igual habría dado. Al final de tanto confundir la realidad con sus deseos estos parlamentarios van a volverse locos y, de hecho, al socaire de Puigdemont tampoco tenían desperdicio algunas de las frases de sus señorías de las Cortes a la hora de jurar o prometer el cargo, que tampoco da para tanto, siempre y cuando no estés en la cosa de «todo por la frase» y busques tu minuto de gloria en los telediarios, porque a partir de ahí poco se te va a ver intervenir en las Cortes.

¿Saben que pasa con tanta posturita?, que no me creo nada. Han pasado de Don Juan a Juanillo sin estación intermedia, del rodillo del PP a un circo de tres pistas. ¿Qué quieren que les diga? Puestos a ver espectáculos me gustan los de verdad y no estos de mentirijillas, con sangre de atrezzo, espadas de cartón piedra y soldados saliendo una y otra vez detrás del telón para aparentar número cuando desfilan seis. Y yo a ese de la coleta con la armadura y el casco de romano lo he visto ya ochenta y tres veces.

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