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Crónicas precarias

Piojosos en el hemiciclo

Es tan obvio el aroma a fin de ciclo que se respira en nuestros pasillos políticos que sus señorías están experimentando un delicioso ataque de histeria colectiva. Ojalá no se les pase el susto en varios meses y sigamos disfrutando de esas miradas perdidas y esas caritas entre coléricas y melancólicas al contemplar cómo unos extraños con malas pintas usurpan la moqueta que tantos momentos de felicidad les proporcionó en el pasado.

Acostumbrados a ser los amos del lugar, han entrado en shock con los primeros pasos por el Congreso de esos individuos que no van vestidos como un director de oficina bancaria del barrio de Salamanca y a los que ahora tienen que tratar de igual a igual. ¿Qué hace esa chusma con camisetas, mochilas y rastas ensuciando sus poltronas? ¿Por qué no pueden ponerse una corbata y fingir ser respetables? ¿Tanto tiempo custodiando los muros del hemiciclo para que ahora vengan unos cualquieras a arrebatárselo?

Pobrecitos, no han entendido nada. Resultan bastante adorables sus muestras de pánico e incomprensión al tener que convivir con semejante fauna. A ver qué hacen ahora con tanta soberbia y condescendencia acumulada en años y años de ejercer el poder como si estuvieran en su coto privado de caza.

Las elecciones nos han dejado un parlamento mucho más parecido a nosotros mismos. Más joven, más ruidoso, menos gris. Un espacio en el que parece que ya no es tan relevante tener una plaza como abogado del Estado o registrador de la propiedad. Tampoco sé de qué se sorprenden, hace unos años a esos chavales de aspecto poco elegante les dijeron que en vez de protestar en la calle se presentaran a las elecciones. Les han hecho caso, ahora no vale quejarse.

De acuerdo, aceptémoslo, en el trauma que están viviendo personajes como Celia Villalobos influye bastante el deseo de los recién llegados por acaparar titulares y convertir cada parpadeo en un acto simbólico. Pero a estas alturas de nuestra película, resulta lamentable que se tenga que recurrir a bromitas clasistas sobre piojos y limpieza para desacreditar al rival. Especialmente viniendo de un partido que sí emana un inconfundible hedor a corrupción. Están bonicos la reina del Candy Crush y compañía para valorar la higiene (física o moral) de alguien.

En cierta manera, son como un padre al borde del colapso tras conocer que el nuevo novio de su hija adolescente lleva una cresta verde y toca la batería. Solo que en este caso la hija son nuestras instituciones y la patria potestad no les pertenece a ellos. Por hacer un poco de labor pedagógica -y por si sirve como argumento de autoridad- yo de jovenzuela llevé alguna rasta y me duchaba mucho. Hoy en día, que llevo vaqueros y zapatillas, me sigo duchando.

En cualquier caso, si algunos prefieren vivir eternamente en un especial de Cine Barrio en el que se distinga entre engominada gente de bien y melenudos yeyé, pues allá ellos. Algo que me dice que la sociedad, ante la duda, empieza a preferir a los piojosos. Quizás sea porque, por mucho asco, grima o rabia que la vieja guardia pueda sentir al ver a estos advenedizos irrumpiendo en la casa de todos, no representa ni un ápice de la frustración que hemos acumulado en estos años de delincuencia organizada y tijeretazos salvajes.

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