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Bartolomé Pérez Gálvez

Por un minuto de gloria

Los gestos han marcado el arranque de una incierta legislatura, a la que se le augura corto recorrido. Gestos que, más allá de ofrecer espectáculo en la sesión constituyente de las Cortes Generales, revelan los signos identitarios de los que han protagonizado esta actuación. El desembarco en el Senado y el Congreso de quienes se autoproclaman adalides de un cambio para transformar la sociedad no iba a pasar desapercibido. Así que, en su línea, han buscado el foco mediático y trasladar una imagen que apunte aires de mudanza. Por eso montaron la paraeta.

Habían pregonado nuevas formas de hacer política y de abrir las instituciones. Espero que en nada se parezcan a las exhibidas en este inicio de sesiones de las Cortes Generales. Hasta el nuevo presidente del Congreso, Patxi López, acabó reconociendo que se vio espectáculo y no de su agrado. Un show con matices esperpénticos, que alejó bastante el evento de lo que cabría esperar de un acto que debiera ser solemne. No sé a ustedes, pero a un servidor le recordó la entrega de los Goya, en la que más de uno busca y encuentra su minuto de gloria ante las cámaras. Y es que, a cuenta de prometer o juramentarse, sus señorías nos ofrecieron una elaborada colección de desideratas más o menos elaboradas. Cualquier cosa por hacerse notar.

La algarabía ya empezó antes de iniciarse este peculiar concurso de soflamas ingeniosas. Como protagonistas iniciales, los diputados de Compromís. Era cuestión de recordar su presencia, por aquello de reclamar grupo propio. Y subvención económica, por supuesto. Tal fue la que montaron que hasta Daoíz y Velarde -los dos leones más famosos del mundo mundial- habrían acabado bailando, si no fuera porque son de bronce. Música festera para acompañarles en su ascenso a los cielos. Como bien defendía Baldoví, era un día de goce y alegría.

Otros quisieron ser un poco más reivindicativos. Bueno, al menos eso dijeron. A Carolina Bescansa, diputada de Podemos, le han crujido por acudir acompañada de su pequeño Diego. Dicen que lució a su criatura con intención de postureo. Como no podía ser de otro modo, ella alega que pretendía llamar la atención sobre la difícil conciliación de la vida familiar y la laboral. No hay duda de que ésta es una de tantas injusticias que deben solucionarse en esta legislatura. Solo falta esa propuesta legislativa que facilite el paso de las palabras a la acción. Pero, mientras llega, Bescansa nos recuerda que ella sí puede hacerlo y disfruta de las ventajas de ser diputada. La mayoría se las madres -y padres, ¡eh!- no gozan de los mismos privilegios. Tampoco pueden disponer de una guardería en su puesto de trabajo, como ocurre en las Cortes. Y es que, ni Hacienda somos todos, ni todos somos casta.

Curiosidades al margen, el espectáculo se centró en las fórmulas utilizadas para acatar la Constitución. Del dilema entre prometer o jurar que caracterizó a los años ochenta, en los noventa conocimos aquello de aceptar por imperativo legal. Con el paso de los años, la argucia utilizada tan habitualmente entre las filas abertzales ha quedado desfasada. Aparecen nuevas maneras de llamar la atención en ese breve momento en el que sus señorías se convierten en el centro de la atención de las cámaras. No se trata de un mero trámite parlamentario sino, a la vista de lo acontecido, una presentación de credenciales ideológicas. Solo les faltó enviar recuerdos a amigos, padres y demás familia. Y jurar por Snoopy, el gran olvidado de esta mascarada.

En las filas de Podemos decidieron acatar la Constitución pero comprometiéndose a «trabajar para cambiarla». Hasta este punto, la promesa es correcta y tampoco se aleja mucho del sentir generalizado entre la clase política y la sociedad española. Añaden la intención explícita de modificar la Carta Magna y no veo razón para extrañarse. Esa es su tarea -la legislativa- y, en consecuencia, nada malo hay en hacer mención a ella. La cuestión es que lo demuestren, que de repetirlo ya se han preocupado en exceso. No era el momento pero, al fin y al cabo, lo que se buscaba era la atención de los medios de comunicación. Y, si algo caracteriza a los podemitas, es su buen manejo de las estrategias de marketing político. Lo de transformar las ideas a actuaciones viables, aún está por ver.

Cuando Iglesias, Errejón y Bescansa proclamaban aquello de «nunca más un país sin su gente», hasta sonaba bonito. A priori recordaba más a Robin Hood que a Nicolás Maduro. Una vez digerido el mensaje, se advertía la soberbia que destilan cuando se atribuyen la representación de todo el pueblo español. Algo así como si del cielo descendieran los nuevos salvadores de la patria. Arrogantes, muy arrogantes. En fin, ya llegará el tiempo de trabajar más y hablar menos.

El asunto pasa a mayores y empieza a preocupar cuando, a la fórmula común, se le añaden ciertas coletillas. Tengo la impresión de que, en este país, somos excesivamente timoratos. Amparándonos en el respeto a la democracia, acabamos otorgando patente de corso incluso a quienes atentan contra las reglas de juego. Falta respeto hacia nuestro sistema político que, por más errores que presente, se encuentra en las antípodas del autoritarismo del que se nutren las corrientes populistas. Por otra parte, sobran ya las referencias a tanto país, nación o pueblo fraterno, de más que dudosa justificación histórica. Si el incumplimiento de las normas es consentido, no cabe escandalizarse después por tanto desvarío.

Así ocurrió en el Senado, donde Podemos se descompone en mayor medida. Acaba pareciendo una jaula de grillos en la que algunos ya no saben a quién representan ni en qué país se encuentran. Juzguen ustedes. Una senadora se descolgó con su deseo de «poner esta Cámara al servicio del derecho a decidir de todos los pueblos del mundo». Pues nada, a internacionalizarse. Otros acataron la Constitución «hasta la Constitución catalana» o «hasta la constitución de la República catalana». Visto lo visto, el «Visca Catalunya lliure» que entonó el portavoz de Esquerra Republicana, Joan Tardá, acaba pareciendo una inocente anécdota.

¿Alguien puede explicar porque viven a costa de nuestros impuestos quienes se consideran «no españoles»? ¿Cómo se justifica que, quienes rechazan su nacionalidad, tengan capacidad de decisión en el poder legislativo de este país? Me parece perfecto que defiendan la Constitución catalana, su República y hasta que Leo Messi nació en la Barceloneta. Ahora bien, si no son españoles ¿qué leches hacen en las Cortes Generales? Lo dicho, perdidos en esta torre de Babel en que se ha convertido la cámara alta.

No había necesidad de transformar la sesión en una feria de soflamas. Y es que nos vamos acercando al circo parlamentario de la nueva Italia. Pues nada, vayan llamando a Cicciolina y a Beppe Grillo.

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