He utilizado aquí muchas veces la expresión de mi querida colega constitucionalista Jasone Astola para referirme a la forma de operar del principio de igualdad formal que proclama que mujeres y hombres somos iguales ante la ley, pero no me resisto a usarla de nuevo. Afirma que «el Derecho no hace a las mujeres iguales a los hombres; nos hace hombres y, por tanto, iguales». Iguales a ellos, claro, que de esta forma se convierten en la «norma» que se ha de seguir.

Esta fórmula de la igualdad formal, peleada con denuedo por las feministas del XIX y del XX y no conseguida todavía hoy en muchas partes del planeta, permitió que las mujeres (destinadas principalmente al ámbito doméstico para la reproducción), pudiéramos acceder a los espacios que teníamos vetados, a los que denominamos ámbitos de la producción (mercado, economía) y, sobre todo de la decisión (política), que eran y son los socialmente valorados y que se asignaban (injustamente) a los hombres. A la luz de la razón, no hay habilidad o capacidad de la carezca alguno de los sexos para desempeñar las funciones que en los citados ámbitos se llevan a cabo. No quedaba más remedio que admitirnos en dichas esferas; eso sí, siempre y cuando entrásemos en ellas sin alterar el funcionamiento por ellos definido e impuesto.

Sin embargo, la existencia de esto tan importante que es la economía y la política depende totalmente de la reproducción, que, contra toda lógica, nunca se ha considerado tan importante y, por tanto, queda en un lugar subordinado, secundario, cuando no irrelevante u oculto. La reproducción implica la generación de seres humanos, asumiendo su condición de vulnerabilidad siempre al inicio y final de la vida y en algunos momentos a lo largo de ésta, lo que requiere de cuidados. Y la capacidad de reproducción, entendida como la de gestar y parir (y también lactar), es exclusiva de las mujeres, pero su extensión, entendida como el cuidado de la vida, ya no es algo biológico sino cultural y puede ser desempeñado tanto por mujeres como por hombres, aunque se ha asignado, también por extensión, a las mujeres. Con la entrada de las mujeres en la economía y en la política entra también a estos ámbitos la reproducción. De esto ya hace muchos años pero, salvo algunos parches que mucho han costado conseguir, parece que nada ha cambiado ¿Podemos seguir disimulando y hacer como que no existe la reproducción, tal y como hemos hecho hasta hace muy poco, cargando a las mujeres con ello? ¿No es el momento de que, por fin, nos planteemos equilibrar producción y reproducción? Sorprende que en 2016 nos fijemos en la foto de una diputada con un bebé lactante y nos limitemos a parlotear del tema sin ponernos manos a la obra.