Los políticos actuales, en general, suelen mirarse el ombligo y en aras de sus hipotéticas promesas creen que el mundo gira a su alrededor, si bien, hay determinados políticos que utilizan la política como espectáculo y a las instituciones como escenario donde poner en escena el guión de su obra e incluso creen que acaban de inventar la «auténtica democracia». Así sacan al escenario todo el atrezo preciso, vestimenta, banda de música, niños, etcétera, para que el espectáculo sea total, porque para ellos, lo importante es hacer algo grande con pocos ingredientes, y basta con aparentar emociones como si de una tragedia griega se tratara, mientras tanto, todos los demás nos convertimos en meros espectadores que en silencio observamos el espectáculo, el triste espectáculo.

Mientras tanto, así nos va en el panorama general, donde el diálogo brilla por su ausencia, mirándose a sí mismos e ignorándose unos a otros, se insulta, ponen caras de haber pasado mala noche, encerrando a los demás en una especie de «ergástula», castigados a no hablar, y así estamos condenados a observar en silencio esa absurda situación.

Confucio decía: «No hablar con quien se puede hablar es desperdiciar a un hombre. Hablar con quienes no se puede hablar, es desperdiciar las palabras de uno». Va siendo hora de aparcar el espectáculo y funcionar, y en el caso de los políticos gobernar, función para la que han sido expresamente elegidos democráticamente, dentro del sistema que ya existía en la antigua Grecia, y que no es de reciente invención, y al margen de espectáculos, mantengan un respeto por las instituciones y si algo no funciona cámbiese, como por ejemplo una Ley Electoral injusta y obsoleta.

No sé cuánto va a durar este impasse, pero hay muchas cosas por hacer, pues habrá que hacerlas, pero con alegría, «porque la alegría es la manifestación de la felicidad» (Quintiliano, el primer poeta español).