Cierre los ojos. Imagine que ese fondo negro que ve al cerrarlos es el Universo. Añada con su imaginación galaxias espirales en zonas aleatorias de ese lienzo azabache. Ahora que se encuentra en mitad de la nada, en mitad del Universo, comience una cuenta atrás de tres segundos. Tres, dos, uno?¡bum! En esos tres segundos, cientos de estrellas en esas galaxias que ha imaginado han terminado su vida explotando de forma violenta, en un fenómeno que conocemos como supernova. Y es que, en todo el Universo, se estima que explotan entre 50 y 100 estrellas cada segundo.

Las estrellas, como todo, también tienen sus ciclos «vitales». Nacen en el seno de gigantescas nubes de gas y polvo como los bien conocidos y comúnmente llamados «Pilares de la creación», que podemos contemplar en imágenes obtenidas por el telescopio espacial Hubble. Tras su formación, que dura sólo unas pocas decenas de millones de años, las estrellas pasan la mayor parte de su vida en su fase adulta.

El tiempo que permanecen en esta fase, su posterior evolución y la forma de acabar su vida dependen directamente de cuánto sean de masivas. Las estrellas similares al Sol pasan alrededor de nueve mil millones de años en la fase adulta y acaban su vida de una forma más o menos tranquila, apagándose poco a poco y expulsando sus capas externas, dejándonos bellas imágenes del terrible suceso que es una muerte estelar, fenómeno al que llamamos «nebulosa planetaria».

Por el contrario, las estrellas más masivas pueden tener decenas y cientos de veces la masa de nuestro Sol. En estos casos, la muerte estelar ocurre de una forma extremadamente violenta. Básicamente, al final de su vida el núcleo de la estrella no puede sostenerse a sí mismo y colapsa, provocando en su interior una serie de reacciones en cadena que darán lugar a un repentino aumento de la luminosidad de la estrella, que finalmente explotará incrementando su brillo varios centenares de veces. Este espectacular aumento del brillo en unas pocas horas puede durar varios meses.

La supernova más brillante que se conoce tuvo lugar en el año 1006 y su brillo en el cielo era más de diez veces el brillo de Venus, siendo visible incluso durante el día. Tras el estallido, queda lo que se conoce como remanente de supernova, una espectacular nebulosidad con variados colores debidos a los diferentes elementos químicos producidos en el interior de la estrella. En la imagen se puede ver el remanente de la supernova que tuvo lugar en el año 1054 y que fue detectada por astrónomos chinos y árabes. Más recientemente, el 23 de febrero de 1987, se pudo ver otra explosión de supernova en la Gran Nube de Magallanes, la galaxia más cercana a nuestra Vía Láctea.

Pero estas violentas explosiones también pueden ocurrir por otros motivos. Por ejemplo, hay sistemas binarios formados por dos estrellas, orbitando una alrededor de la otra. En ciertos casos, una de las estrellas puede transferir material a la otra. Si esa transferencia de material es suficientemente grande, la estrella que lo recibe puede sufrir un proceso similar al anteriormente mencionando, explotando también como una supernova.

Si tenemos en cuenta todos los tipos de supernovas, se estima que en el Universo ocurre una de estas explosiones en cada galaxia cada cien años. Como sabemos que en el Universo hay del orden de 225.000 millones de galaxias, si hacemos números podemos ver que cada minuto explotan en el Universo unas 4300 estrellas. O lo que es lo mismo, cada vez que contamos hasta tres, 215 estrellas terminan su vida en forma de supernovas.

Este fenómeno no es ajeno a nosotros sino que, por el contrario, se cree que es, literalmente, de vital importancia. Y es que la vida, tal y como la conocemos, depende básicamente de cinco elementos: carbono, nitrógeno, oxígeno, azufre y fósforo. Estos elementos, son creados en el interior de las estrellas mediante reacciones nucleares y liberados al medio interestelar, entre otros, mediante este tipo de explosiones. Estos elementos, posteriormente forman parte de las nubes moleculares de las que hablábamos al principio, donde se forman las estrellas y, con ellas, los planetas, permitiendo el desarrollo de vida en su superficie. Así que, como se suele decir, somos polvo de estrellas. Un, dos, tres... ¡bum!