Recientemente tuve la oportunidad de intervenir en el Foro de Análisis del Litoral Mediterráneo, Alicante-Elche, organizado por la Universidad de Alicante en la OAMI, invitado por su respetado y reputado rector, don Manuel Palomar. Un foro de reflexión dedicado a analizar las relaciones entre la segunda y tercera ciudades de la Comunidad Valenciana, donde tuve la oportunidad de expresar algunas consideraciones y opiniones que hoy comparto con los lectores de este diario. Vaya por delante que considero interesante y positivo que se promueva una reflexión serena y sosegada sobre dos de las veinte mayores urbes de España, caracterizadas no sólo por su proximidad, sino también por su similar tamaño poblacional y territorial y por convivir en el contexto de la única provincia policéntrica del Estado.

En primer lugar, quiero señalar el hecho obvio de que Alicante y Elche son dos grandes ciudades contiguas, situadas al sur de la Comunidad Valenciana que, tradicionalmente, no sólo han vivido de espaldas sino que, además, con el transcurso de los años han engendrado una combinación de rivalidad y recelo en sus relaciones, más allá de la sempiterna rivalidad entre sus respectivos clubes de fútbol.

Cierto es que, a mi modo de ver, decisiones políticas tomadas a lo largo de los últimos veinte años desde los gobiernos de la Comunidad Autónoma y también de la Diputación Provincial, vinculadas a la inversión pública y fundamentadas en una miope y errónea visión provincialista del territorio, han favorecido un sentimiento de agravio comparativo y, por ende, recelo y desconfianza entre ambos municipios.

Sin embargo, más allá de esta realidad, hoy, en pleno siglo XXI, es innegable que Alicante y Elche tenemos una intensa relación social y económica e importantes intereses en común, por los que hemos de ser capaces de trabajar juntos. Lo que no significa, ni mucho menos, afirmar que el espacio urbano Elche-Alicante constituya un área metropolitana. Posición que sustento en las siguientes tres razones esenciales.

En primer lugar, en la inexistencia de continuidad física entre los espacios construidos de ambas urbes, esto es, la ausencia de conurbación; entendiendo por conurbación, la definición del propio diccionario según la cual es la «forma urbana integrada por un grupo de ciudades que forman un continuo edificado, con un centro que ejerce una atracción centrípeta sobre todo en lo referente a empleo y servicios». En realidad, la conurbación es el resultado del «desbordamiento» de una de las ciudades, de la superación de su propio espacio territorial. Algo que, obviamente, no ocurre en la zona colindante Alicante-Elche, ni es previsible que ocurra en muchos años.

En segundo lugar, también es determinante la ausencia de una relación de jerarquía o preponderancia de una de ellas, sobre la otra. Las ciudades se organizan de forma jerárquica en el territorio y en las áreas metropolitanas la ciudad «principal» establece relaciones económicas y sociales proporcionando empleo y servicios, públicos y privados, a la población o poblaciones «secundarias» del área metropolitana; los restantes municipios del área albergan a los trabajadores de la ciudad central (ciudades dormitorio) y asumen la instalación de actividades que requieren espacio abundante y más barato. La ciudad principal concentra las actividades punta (investigación y desarrollo), las actividades de control socioeconómico (financieras y administración) y los servicios especializados, acumulando las funciones terciarias (comercio, servicios públicos sanitarios, educativos?), de los que las ciudades secundarias necesariamente se proveen en la ciudad principal. Jerarquía urbana ésta que, en realidad, no se da entre Elche y Alicante, dado que Elche tiene un mercado de trabajo y vivienda propios, un sistema de servicios sanitarios y educativos propios, servicios jurídicos, oferta comercial y turística también propias que, en líneas generales, nos equipara con Alicante.

Y, en tercer lugar, no se da una característica esencial y a su vez determinante de las dos anteriores, la desproporción del tamaño poblacional entre la primera y la segunda ciudad del área. Lo que se refleja claramente a la vista de los datos de la tabla adjunta.

Se aprecia con claridad que la ciudad preponderante del área metropolitana multiplica hasta por 18 a la secundaria, en el caso Madrid-Leganés, o cuando menos por 6 en el caso Sevilla-Dos Hermanas; mientras que Alicante tiene 332.067 habitantes y Elche 228.647, no produciéndose el característico y necesario desequilibrio poblacional.

Además en el caso que nos ocupa, de forma natural, cada una de las dos ciudades, ha desarrollado intensas relaciones e influencias, sociales, económicas y administrativas en su entorno. Alicante hacia el norte, hacia los municipios de la comarca de L'Alacantí; y Elche hacia el suroeste, hacia los municipios del Bajo y Medio Vinalopó y de la Vega Baja, ejerciendo ambas una fuerza atractiva intensa sobre dichos territorios.

En síntesis, no sólo considero que no se dan las características propias y habituales de las áreas metropolitanas, sino que además, no se da algo todavía más importante, el «modus vivendi definitorio del hecho metropolitano, no existiendo tampoco conciencia metropolitana en los ciudadanos de Elche, que nos sentimos, ante todo, ilicitanos orgullosos de nuestra identidad» como tuve la ocasión de expresar en las páginas de este mismo diario el 4 de febrero de 2001, en el artículo titulado Elche ¿cinturón de Alicante? escrito a propósito de la fallida Ley de Áreas Metropolitanas promovida por el entonces presidente Eduardo Zaplana. Por lo que, expresando la que creo es una opinión generalizada, la ciudad de Elche no tiene vocación de formar parte de una hipotética y futura área metropolitana ni de ser un municipio del cinturón de Alicante.

En consecuencia, a partir de dicha reflexión, a mi juicio las relaciones entre Elche y Alicante deben estructurarse en torno a dos conceptos básicos; uno, cooperación entre municipios vecinos y, dos, competencia entre ciudades muy similares. Cooperar y competir, al mismo tiempo. Estoy convencido de que ambas dinámicas no sólo son posibles sino que es la fórmula que puede favorecer el mayor grado de desarrollo y progreso socioeconómico para los dos municipios, para la provincia y, por ende, para nuestra Comunidad, como expresé en la OAMI ante una nutrida representación empresarial y social, profesores de la Universidad de Alicante y ante el propio presidente de la Generalitat, Ximo Puig.

En ese sentido, Elche y Alicante debemos tener una relación fluida, de igual a igual, desde la plena autonomía municipal; debemos ser capaces de tomar decisiones urbanísticas que nos permitan coordinar los usos del territorio colindante, que favorezcan un desarrollo armónico y compatible; debemos ser tratados de forma equitativa por el resto de Administraciones, debemos ser capaces de identificar necesidades comunes en materia de infraestructuras y servicios y trabajar juntos para conseguir satisfacer dichas necesidades.

¿En qué se concretan dichas líneas de actuación? Por ejemplo, primero, en una ordenación territorial compatible del territorio colindante, reflejada en los respectivos planes generales. Segundo, en trabajar un inventario de infraestructuras viarias y ferroviarias de interés común y también de interés provincial (duplicación de la N-338 de acceso al Aeropuerto; duplicación de la N-332 entre Alicante y El Altet; segunda pista del Aeropuerto, tercer carril de la A-31 desde Villena; tercer carril entre Murcia y Elche; duplicación y electrificación de la línea de ferrocarril Alicante-Elche-Murcia; corredor Mediterráneo; AVE regional; desarrollo del entorno IFA-Aeropuerto?). Y, tercero, en reconocer el déficit inversor crónico padecido por Elche y superar criterios anacrónicos como la «prima de capitalidad» y establecer criterios para corregir a futuro dicha disfuncionalidad.

Y, al mismo tiempo, debemos ser capaces de competir. Competencia leal e inteligente, competencia entre ciudades para atraer inversiones públicas y proyectos privados, para atraer talento y capital humano, para atraer industrias, para captar turismo, para desarrollar mejores servicios públicos, competencia para captar servicios financieros, competencia en definitiva orientada a aportar el mayor grado de bienestar y desarrollo socioeconómico para los vecinos y vecinas de nuestras respectivas poblaciones.

En conclusión, resulta evidente que Elche y Alicante son dos polos muy relevantes en el llamado Arco Mediterráneo español, por la importancia demográfica, económica, geográfica y estratégica de ambos municipios; como también es claro que hasta ahora todas las estrategias territoriales impulsadas han fracasado, se llamaran cómo se llamaran y las impulsara quién las impulsara, probablemente porque siempre se han gestado pensado exclusivamente en la necesidad de la ciudad de Alicante de aumentar masa crítica y de ganar peso e influencia a nivel económico, social y político, esquema éste difícil de asumir para Elche. Es necesario cambiar la perspectiva, para que seamos capaces de aprovechar las importantes posibilidades de desarrollo y de generación de sinergias que tiene este territorio. Hemos de ser capaces de trabajar dentro de un marco que favorezca a ambos municipios, desde la plena autonomía de cada uno de ellos, desde un plano de igualdad, cooperando y compitiendo a la vez. Porque Elche es una ciudad que aspira a conseguir la mejora de las condiciones de vida de su población y que desea seguir teniendo perfil propio en el sistema de ciudades. Elche es una ciudad dinámica y emprendedora, una ciudad orgullosa de su historia, de su cultura, de sus tradiciones y de unas señas de identidad que los ilicitanos no queremos ni que se diluyan ni que se desdibujen. Se trata, en definitiva, de competir y cooperar, de aunar alianza y sinergias, por un lado, con autonomía e idiosincrasia, por otro, para que Elche siga contribuyendo con firmeza al progreso y al bienestar de nuestra Comunidad, sin dejar de ser Elche.