Soy de un pueblo y una época en la que gran parte de los avances que las chicas del lugar íbamos logrando fue gracias a que algunas de quienes nos precedían en edad tuvieron la osadía de mostrar en público actitudes y atuendos proscritos por la moral del momento. Unos comportamientos que generaban tanto rechazo como una controversia que, poco a poco, hizo posible que las mujeres fuéramos conquistando espacios y conductas vetadas hasta entonces para nosotras. Siempre he pensado que sin esa visibilización, no exenta de polémica, ese camino hacia la modernidad, que igualmente habría llegado, hubiera sido más lento. Por eso aplaudo que Carolina Bescansa se presentara ayer con su retoño lactante en el Congreso. Y lo aplaudo por el revuelo que ha provocado. Que si no tenía quién se lo cuidara. Que podía haberlo dejado en el guardería de los hijos de los parlamentarios. Que si la cajera de Mercadona no puede llevarse a su niño al trabajo. Y hasta que dónde estaba el padre de la criatura. Todo eso, que se escuchó ayer, ha permitido traer a primera línea el debate sobre la necesaria conciliación entre la vida laboral y la familiar, un problema que se encuentra lejos de estar resuelto. Por ello, aunque sólo sea por eso, que se lleve el niño a la Cámara hasta el destete.