Así estoy yo, extraño como un pato en el Manzanares€ absurdo como un belga por soleares -con perdón de Sabina, un genio describiendo estados de ánimo y otras miserias y realidades humanas-. Estoy estupefacto y hasta los mismísimos de la política, de líos, de componendas y de falsedades, que las hay como para parar siete trenes. Todo el mundo saca pecho y afirma solemnemente que su principal preocupación es España y, su mayor afán, cumplir el encargo que le han dado los ciudadanos en las urnas. Eso no me lo creo ni harto de vino porque tengo la convicción -acrisolada y sopesada tras dormir cuatro noches en un cajero automático e hincarme varios cartones de Don Simón para integrarme en los antisistema- tengo la convicción, digo, aunque la puedo cambiar si me aporta alguien argumentos, de que los políticos solo se preocupan de ellos mismos por más que se les llene la boca cuando hablan de entrega a la causa, de generosidad en el servicio público y de las noches que pasan sin dormir pensando en el bienestar de la plebe.

Después de marear mucho la perdiz, tras mil reuniones de rechazo y mil cartas de amor de tapadillo, los catalanes han resuelto su enigma. Salimos de Guatemala para entrar en Guatepeor. Hacen retirarse a Mas -don Artur- para dejar la manija de la conducción al precipicio a un tal Puigdemont. La frase más célebre de este señor ha sido la que sigue -copio textualmente-: «Los invasores serán expulsados de Catalunya como lo fueron en Bélgica y nuestra tierra volverá a ser, bajo la República, en la paz y en el trabajo, señora de sus libertades y sus destinos». ¡Ole y ole y viva ese monumento a la democracia y la integración!

Y ahí los tienen ustedes, sin despeinarse, en situación de prerepública y urdiendo la desconexión, para la que se dan un plazo mediano: dieciocho meses. Díganme, por favor, si estoy equivocado, si los ronquidos de mi colega en el cajero y la resaca de los cartones de tinto peleón, me hacen alucinar en colores.

Pongamos un ejemplo: usted -lector aplicado de INFORMACIÓN- y yo, nos reunimos para planear un atraco a una sucursal bancaria, o una estafa piramidal, o cualquier otra tropelía que se le ocurra. Si sale a la luz nuestro plan delictivo, como la proposición y la conspiración para delinquir son por sí solas delito, nos coge la policía, nos lleva al juzgado y damos con nuestros huesos en Fontcalent a la velocidad del rayo. En este mismo periódico he defendido dos o tres millones de veces mi fe absoluta en la Justicia. Esa fe, que creía inamovible y capaz de superar cualquier prueba, ha quedado reducida a cero vistas las cosas que he visto. Unos señores planean un auténtico golpe de Estado, con luz, con taquígrafos y con cámaras de televisión€ y no pasa nada. Sí pasa. El Constitucional ha dicho que esas resoluciones no valen para nada pero ellos siguen subidos en su machito, pergeñando su plan y viviendo como Dios del erario público.

El presidente Rajoy habla, con declaraciones grandilocuentes, y afirma: «Hemos escuchado el discurso de un candidato basado en la ilegalidad». Y un servidor, instalado en la estupefacción como ya he dicho, se pregunta ¿y qué pasa si un señor proclama ilegalidades aunque lo haga desde la tribuna de un parlamento autonómico?

La ocasión la pintan calva. Como hay evidentes dificultades para formar gobierno, dada la aritmética parlamentaria, se invita al suicidio al Partido Socialista -gran coalición de gobierno de salvación- con el argumento de hacer frente al desafío separatista, cuando lo que hay que hacer es aplicar la legislación vigente y las consecuencias jurídicas que prevé para cualquier actuación delictiva. Desde Luis Garrido a Javier Boix, desde Rafael Bañón -querido y recordado- a Faustino Urquía, que me explicaron divinamente el derecho penal aunque yo fuese una ruina de alumno, enseñaban las conductas típicas, culpables y punibles y de la consecuencia impepinable de dichas conductas. Pero aquí parece que no hay conductas delictivas sino políticas cuestionables, erráticas o equivocadas. Cambiemos el chip y olvidemos las teorías jurídicas estudiadas. A la mierda Rodriguez Devesa, Muñoz Conde, Torres del Moral y Díez Picazo que el Derecho, más que una ciencia parece una indecencia.

Me pongo mi chaqueta anarcoide y mi pañuelo rojo y negro y fusilo sin piedad uno de los mejores artículos que he leído en los últimos tiempos, escrito por Ángeles Caso: «A estas alturas de mi existencia he vivido las suficientes horas buenas y horas malas, como para empezar a colocar las cosas en su sitio... Casi nada de lo que creemos importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad€ No quiero casi nada, tan solo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos -pocos-€ mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago todo lo que haya que pagar€ unas palabras de cariño antes de irme a la cama». Todo lo demás carece de importancia: vanidad de vanidades.