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José María Asencio

Navidad y abuso de poder

Si lo que pretenden algunos es imponer el laicismo en la sociedad, difícilmente van a conseguirlo con este tipo de actuaciones que discurren entre el ridículo y el boicot a las tradiciones que en cualquier país que viva su presente se protegen y fomentan. Cuando ese laicismo que debería entenderse solo como separación de Estado e Iglesia se transforma en una suerte de anticlericalismo cutre, poco estético, que se manifiesta en el absurdo de pequeñas prohibiciones de instalación de belenes, cabalgatas que pierden su sentido y que se adornan de actores que representan no se sabe qué, estupideces que refieren la paridad a tonterías que hacen daño a una reivindicación seria que se convierte en burla, etcétera, cuando todo eso pasa, nos debemos cuestionar algo más que la capacidad de quienes toman dichas decisiones, incluso para obtener lo que pretenden, sino, esencialmente, la falta de empatía que les lleva a ridiculizar lo que no comparten mostrando escaso respeto al prójimo. Cuando se ofende gratuitamente, se incurre en bajeza moral aunque se quiera disfrazar de logros de modernidad y progresismo.

Baste decir y aclarar de una vez por todas, que un Estado laico, un Estado no confesional, significa un Estado neutral ante el fenómeno religioso, pero que debe proteger las diferentes creencias, porque forman parte de la dignidad humana. El laicismo no es equivalente a sociedad laica y cualquier pretensión política en esta dirección se traduce en intromisión ilegítima y autoritaria que debe ser rechazada, pues ese Estado se convierte en intervencionista, en tanto impone una moral única y general.

Los políticos que, se ha visto, desean imponer sus peculiares creencias prohibiendo las ajenas o atacando directamente su esencia, usan y abusan de un cargo que no se les ha ofrecido para imponer sus visiones particulares en materias que no son de su libre disposición. Y mucho menos para ridiculizar o menospreciar esas creencias que deben respetar.

Cierto es que el espectáculo siempre ha servido para tapar los problemas, las deficiencias y la ineficacia. Pero, utilizar, atacándolas, tradiciones ancestrales para disimular los incumplimientos, constituye una acción deplorable que debe ser contestada. No es hora de silencio y acatamiento, sino de réplica. No es posible imponer un cambio social, en las costumbres, cuando se les ha votado para cosas diametralmente diferentes. No se puede utilizar el cargo para, abusando del mismo, construir una nueva sociedad basada en las reminiscencias de una guerra para algunos aún no terminada. La Navidad, los Reyes Magos o los villancicos, no son una creación franquista como algún concejal ha manifestado con clara ignorancia de lo más elemental. Es mucho más antiguo, centenario. Ver franquismo por todas partes es casi enfermizo. Hubo vida antes de Franco y la ha habido después, afortunadamente para todos.

Lo sucedido en Madrid, con Reyes Magos convertidos en «Merlines» para atacar el significado religioso de la tradición de esta festividad o llevando la paridad a extremos ridículos, merece alguna atención por la gravedad de actos que van más allá de meras intenciones aparentemente progresistas. Que una mujer se disfrace de Mago es normal, siempre ha sucedido, pero basar este acto en una reivindicación derivada de la igualdad y la paridad desacredita a quien sostiene tal estulticia y a quienes luchan seriamente por tales loables objetivos. Reducir los villancicos a la irrelevancia, suprimir toda referencia a la tradición bíblica de los Magos de Oriente, etcétera, son actos que merecen no solo el repudio, sino la reacción debida, aunque seguramente, lo empiezo a creer desgraciadamente, es eso lo que buscan, una confrontación innecesaria y absurda en la que hallar satisfacción a la nimiedad de algunas de sus pretensiones basadas solo en el rechazo a lo diferente. En un ajuste de cuentas anacrónico con no se sabe bien quién.

Ofenden y parece que quieren ofender. Una cosa es que cada cual celebre la fiesta como quiera o que, como en Valencia, se haga un desfile de «magas» reviviendo 1937. Están en su derecho. Otra, muy diferente, es ridiculizar las tradiciones atacando sus esencias en un atentado a la dignidad de una creencia. Los Magos de Oriente forman parte de la tradición cristiana y así deben permanecer, porque son eso, no otra cosa. Cargarlos de otro sentido o disfrazarlos de Ágatha Ruiz de la Prada, contando historias poco edificantes para los niños y dándoles un nuevo sentido laico es intolerable. Hacer una Cabalgata de Reyes, pero sin Reyes (Sueca), roza lo patológico. Prohíbanlo si se atreven, pero no perviertan lo existente. No oculten los belenes. Simplemente, no los pongan. No hagan cabalgatas, pero no manipulen las de siempre con espectáculos de mal gusto en ese entorno. No pongan luces en las calles, pero no transmuten la Navidad en otra cosa apoyándose y utilizando arteramente sus manifestaciones más entrañables, pero transformándolas. Hagan su fiesta del solsticio y supriman la Navidad, pero todo a las claras, con coraje y valor, sin faltar al respeto a sus conciudadanos creyentes y a las tradiciones seculares de este país.

Qué va a suceder en Semana Santa es un misterio, pero mucho me temo que el espectáculo está servido.

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