Llegará un día en que la ciudad y sus responsables institucionales tengan el respeto y la consideración que merecen todos aquellos que han trabajado por mejorar de alguna manera la vida en Alicante, aunque me temo que estamos todavía muy lejos de ello.

El fallecimiento de Ana Paula Cid el pasado 31 de diciembre ha llenado de dolor a familiares, amigos y compañeras de luchas, a pesar de conocer su larga batalla contra la enfermedad. Aunque estoy seguro de que personas más cercanas podrían destacar aspectos más relevantes de su trayectoria, me gustaría glosar un recuerdo de ella nacido de haber compartido dos momentos destacados en su vida que, en mi opinión, tuvieron importancia para entender su posición ante acontecimientos determinantes.

A finales de los años 90, Ana Paula trabajó conmigo en el equipo de intervención social en Parque Ansaldo en el municipio de Sant Joan, cuando yo dirigía Alicante Acoge. Por aquel entonces, Parque Ansaldo se había convertido en uno de los mayores focos de marginación de la Comunidad Valenciana. Allí vivían unas mil personas, fundamentalmente inmigrantes y gitanos, que en muchos casos habían ocupado viviendas en estado ruinoso, cuyos propietarios arrastraban un largo contencioso judicial con la promotora y la banca. La situación de abandono y progresiva degradación durante décadas del barrio originó un espacio de marginación extrema que se cebaba sobre los inmigrantes, que con los años habían ido poblando el barrio y con los que trabajaba el equipo de educadores formado inicialmente por Ana Paula y Maribel, al que se incorporaron posteriormente Mario y Djilalli, junto a la trabajadora social, Susana.

Todos ellos realizaron una labor magnífica y muy sacrificada cuando ninguna otra institución quería trabajar allí con la población inmigrante, familias enteras, mujeres y niños, simplemente por vivir en un barrio tan marginal. Mi despacho fue testigo de numerosas reuniones en las que compartimos nuestro dolor e incluso nuestras lágrimas al intervenir sobre situaciones extremas llenas de sufrimiento que tuvimos que afrontar. Posteriormente, durante el derribo del barrio, se llevó a cabo un trabajo excepcional de acompañamiento personalizado con todas las familias y personas inmigrantes, junto a otras instituciones implicadas. No tengo dudas de que la experiencia vivida en Parque Ansaldo nos permitió conocer de primera mano la importancia de evitar actuaciones urbanísticas que con el tiempo se degradaran y dañaran la convivencia, la necesidad de evitar espacios de marginación social, así como la complejidad en el trabajo con otras instituciones y colectivos. Ana Paula compartió estas y otras situaciones, viviendo también en primera persona, junto al resto del equipo, las dobles morales y las imposturas ante situaciones tan complejas.

Años más tarde, cuando desde la Plataforma contra el Plan Rabasa un reducido grupo de personas luchábamos en Alicante frente a ese gigantesco plan urbanístico tan aberrante como especulador, Ana Paula se sumó a este colectivo, apoyando las acciones de rechazo que llevamos a cabo. Es verdad que no formó parte de su núcleo duro, pero fue de las poquísimas personas del PSOE que quiso unirse a esta Plataforma expresando su oposición a todo lo que significaba ese proyecto, tanto desde el punto de vista político y urbanístico, como de corrupción y especulación desmedida cuando la posición del PSOE, partido al que pertenecía, había sido apoyar, junto al PP desde el principio, la tramitación y aprobación del Plan Rabasa. De hecho, Ana Paula asistió a la protesta que llevamos a cabo en el Ayuntamiento el día en que el Plan obtuvo la aprobación municipal definitiva, mientras algunos dirigentes locales del PSOE mantenían relaciones privilegiadas con el promotor urbanístico del Plan Rabasa y con el propio alcalde de la ciudad, el popular Díaz Alperi, como se ha sabido años después a través de los sumarios judiciales.

De aquí nacía la convicción de Ana Paula sobre la profunda corrupción que presuntamente envolvía al Plan Rabasa y a quienes intervinieron directamente en su génesis, precisamente cuando otros compañeros de su partido fueron responsables de apoyar ese desaguisado o cuando otros nunca movieron un dedo por rechazar lo que ahora tratan de capitalizar con tanto descaro. De ahí la posición contundente que siempre tuvo contra todos aquellos que en el PSOE de Alicante actuaron de manera tan irresponsable.

Desde esta perspectiva, la demanda judicial que trató de interponer el actual alcalde socialista, Gabriel Echávarri, junto a la petición de una indemnización de 18.000 euros, obligándola a asistir a un acto de conciliación en diciembre de 2014 (cuando Ana Paula se encontraba ya gravemente enferma), llenó de sufrimiento a sus familiares y amigos. Y ahora, en su muerte, el alcalde ha sido incapaz de expresar una simple condolencia por una exconcejala del Ayuntamiento que lo fue de su propio partido, algo que sí lo han realizado el vicealcalde, Miguel Ángel Pavón, y el portavoz del Gobierno local, Natxo Bellido.

A pesar de todo, quienes tuvimos la oportunidad de compartir batallas con Ana Paula nos quedaremos siempre con su deseo por querer hacer de Alicante una ciudad más amable, por encima de las miserias humanas y políticas que desde hace tanto tiempo lastran su futuro.

@carlosgomezgil