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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

Magos, Magas y Brujas

Yo he sido muy de Reyes Magos, hasta que la edad -como de otros placeres confesables e inconfesables- te va retirando también de éstos: tus hijos crecen, las compras compulsivas se multiplican por amazon y alibaba y las sorpresas te las dan los políticos y no precisamente los de Oriente. En fin, que ya no creo demasiado en noches mágicas ni pongo mis zapatos junto al árbol.

Hace unos lustros yo era talibán de los Magos, tanto que hubiese arremetido contra los colorines de las túnicas de los presuntos de la Cabalgata de Madrid y hasta con las Brujas Magas tipo las Supremas de Móstoles de Valencia, pero ya no. Ahora me rebelo contra la utilización de la figura de unos seres mitológicos para vaya usted a saber qué réditos progresistas o conservadores, pero igual que me enfadaría si alguien utilizase a Gandalf o a Darth Vader.

Y sin embargo me fastidia la que han liado con la ilusión de los pequeños este principio de año. Siendo republicano y creyendo poco en los reyes, sean magos o majos, me gustan los ritos y las costumbres (como a Sir Stephen, el de «Historia de O»). La liturgia de las cabalgatas es la que es: los Magos deben vestir como en los belenes napolitanos del siglo XVII, tiene que haber camellos, la igualdad de la mujer era una entelequia en el Año Cero y así. Que de repente los Magos sean Magas no me parece ni un gesto simpático a favor del feminismo; que súbitamente aparezcan vestidos de mamarrachos tipo Agatha, la señora de Pedro José, no deja de parecerme una mamarrachada.

Lo cual no quiere decir que Carmena haya atacado a la historia, porque ni los Magos existieron, ni eran tres, ni vestían como se inventaron los belenistas del XVII. Tanto podían ser seis como ninguno y vestir de trogloditas o de Star Trek, porque cuando se inventa, lo bueno es que cualquier otro, siglos después, tiene los mismos derechos a fabular lo que le apetezca, y si triunfa el nuevo estilo será la tradición para los siglos venideros. Hasta que cambie, porque todo cambia y nosotros nos iremos y no volveremos más, como dice el villancico más triste que nunca he cantado.

Lo que es ya revelador del mundo en el que estamos es que una parte del espectro aplauda esta pseudo versión y otra la descalifique, poniendo todos a los niños y niñas como escudos para agredir. Mi oráculo -Gump, Forrest Gump- tiene la clave: «Dice mi mamá que tontos son los que hacen tonterías».

Hay cosas malas y cosas peores. Peor -mucho peor que un rey mamarracho o una maga-bruja feísima, que al fin y al cabo son horrorosas interpretaciones de la tradición- es que los Magos de Oriente hagan una visita particular a la exalcaldesa de Alicante y entreguen un presente a su retoño. Ahí ya los Reyes me han tocado bastante las narices, que anda que no hay niños esperando que sus Majestades les visiten a domicilio con toda su pompa y circunstancia como para que recalen en el hogar de Castedo a lomos de coches oficiales pagados por todos, con atuendos sufragados por mis impuestos y por personajes que, es de suponer, representan al pueblo de Alicante.

¿En su infinita bondad y sabiduría a los Magos de Oriente no se les ocurrió que era una barbaridad? Es cierto que hace dos mil años visitaron al niño Jesús en un pesebre de Belén y probablemente gastaron a manos llenas dineros de las arcas reales siguiendo la estrella, por no hablar de la compra de oro, incienso y mirra (que era carísima) y las horas extras de ángeles, pastores y caganers (oficio especializado donde los haya). Cierto es que Jesús y Sonia, uno con más razón que otro, se consideraron víctimas inocentes perseguidas por Herodes y sus sicarios, pero vidas paralelas como las que escribió Plutarco tampoco parecen. Ahí los Reyes Magos se han pasado, la estrella les ha confundido al señalar el portal de Castedo o, lo que es peor, han mezclado sus vidas particulares con los roles que en ese momento les tocaba representar, algo que hacen constantemente los políticos pero que yo no esperaba de los Magos de Oriente. Menos aún que verlos vestidos de adefesios rastafaris.

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