Vivimos momentos de incertidumbre y de lógica preocupación por lo que puede acontecer en la vida política española y, en consecuencia, en nuestras propias vidas. La razón es obvia: existe una relación causa-efecto. Hay una preocupación por el envoltorio, y durante meses podemos estar obviando el contenido y el fin último de la acción política: el cómo mejorar el bienestar ciudadano. Mientras tanto, observamos escarceos, posturas telegénicas, egoísmos, un «no te junto» -como decimos en el Bajo Segura-; altivez y superioridad intelectual de algún emergente; hay navajazos internos en opciones progresistas que no han sido capaces de reconocer una derrota estrepitosa y que edulcoran el lenguaje hasta el límite de lo ridículo. Hay impotencia de la opción conservadora que «no tiene quien le quiera».

Es verdad. En España todo se hace con parsimonia, con burocracia ad nauseam; todo lo contrario que acontece en otros países europeos. No me cansaré de repetir que la inacción y la espera incide negativamente en la ciudadanía. Y será mucho peor si se llegan a repetir las elecciones: habremos perdido medio año, al menos. Tiempo irrecuperable. Y la costura policromada y su composición coherente es harto complicada, por no decir casi imposible. Oiga: es la voluntad del pueblo español.

Traigo a colación la obra del filósofo griego Aristóteles, La Política, porque hay expresiones que -aún dichas en años anteriores a Cristo- tienen una cierta vigencia. La Democracia moderada o «Politeia» es considerada por Aristóteles la mejor forma de gobierno. Claro que él se estaba refiriendo a una organización social de la Ciudad-Estado griega, una sociedad no excesivamente numerosa, con autosuficiencia económica y militar, de modo que pudiera atender las necesidades del ciudadano, tanto básicas como de ocio y educativas. Pero es bien claro que la sociedad de hoy es diametralmente diferente: es compleja, plural hasta en los más recónditos confines, extensa, crítica con el poder, creo que entrando en el terreno de lo indómito, hay familias que pasan necesidad, no están cubiertas las necesidades básicas. Se ensalza la juventud, por si, sin más, y se aparca o se anula la experiencia y el conocimiento que se consigue precisamente por haber vivido. Es la sociedad que nos ha tocado vivir. «Es lo que hay, señores» -dirán jocosamente algunos, tal vez sin meditar el riesgo-.

En un momento -de gran incertidumbre, como es la que se vive en el lar catalán- en que su gobierno territorial autonómico da de tacón las sentencias que dictan los Tribunales de justicia, Aristóteles afirmaba que «ser justo equivale a obedecer la ley». Y es que es la exigencia mínima del marco jurídico convivencial que se llama Constitución. Las leyes deben ser acatadas y si no se está de acuerdo con ellas se recurren ante el Tribunal Constitucional por los sujetos legitimados activamente para ello. O se forman otras mayorías de gobierno.

Venia en señalar una gran verdad - a menos que estos principios se hayan trocado y este escribidor se halle en situación ignota- y es que «todos hacen las cosas por parecerles buenas». Y de otra parte, mostraba ya una gran preocupación en el terreno de lo hacendístico, del manejo de los dineros. Y por eso sentenciaba: «paréceles, pues, a algunos que es cosa de suma importancia disponer bien lo que respecta a las haciendas, porque dicen que sobre éstas se promueven todos los alborotos». Premonitorias palabras del gran filósofo griego (Bárcenas, Pretoria, Gürtel, Pujoles, Eres, etcétera). ¡Cuanto tenemos que aprender todavía! Y fíjense: lo bonito es estar aprendiendo siempre; estar en continuo aprendizaje hasta nuestra finitud.