No sabemos qué pensará la tradicional burguesía catalana de que Artur Mas haya puesto en peligro el sistema económico que le ha permitido perpetuar su status conseguido gracias a su apoyo al bando golpista del general Franco en la Guerra Civil española. A ello hay que sumar el fin de CIU, un partido que supo bailar entre las dos aguas del bipartidismo durante décadas, así como el de la propia figura de Mas que hasta hace diez años solía decir que la independencia era un término trasnochado.

La reciente negativa de la Candidatura de Unidad Popular, más conocida como la CUP, a apoyar a Artur Mas en su intento de convertirse en el nuevo president de la Generalitat no debería habernos sorprendido. Y ello se debe a que durante la última campaña electoral catalana la CUP repitió de manera reiterada que no pensaba pactar ninguna investidura de gobierno con el partido que, según aducían sus dirigentes, representaba lo más rancio y corrupto de la historia reciente de Cataluña. Después de las elecciones, y como suele pasar con los partidos políticos de reciente creación y acentuado carácter antisistema, la antigua intransigencia se convirtió de la noche a la mañana en voluntad de diálogo. No hay nada como la posibilidad de figurar para cambiar certezas inamovibles. Los abrazos que se dieron miembros de la CUP con Artur Mas, abriendo mucho los brazos al hacerlo, días después del resultado electoral catalán trataron de imitar a los que se daban los presos políticos y sus familiares cuando salían de la cárcel después de la amnistía de 1977. La diferencia es que en aquel entonces había un motivo real: el fin de una dictadura y la recuperación de las libertades, algo muy alejado de la situación política actual por mucho que una minoría de catalanes insista en que en Cataluña existe una pérdida de libertades.

No puede obviar Artur Mas el fracaso de Junts pel Sí. Si el principal objetivo era conseguir la independencia no sólo no se produjo la mayoría parlamentaria si no tampoco el apoyo mayoritario de la población catalana con derecho a voto, siendo de un escaso e insuficiente 47 %. Pretender hacer responsable a la CUP de la paralización del llamado proceso de desconexión no sólo supone una burla a los propios votantes sino sobre todo un desprecio a las reglas del juego democrático cuando no se asume el fracaso de una aventura independentista que partiendo de premisas falsas ha tratado de llegar a un resultado inventado.

Ante la perspectiva de unas nuevas elecciones el futuro de la nueva formación de Artur Mas, desaparecida CIU, se presenta más incierto que nunca. Podemos está a las puertas de convertirse en una fuerza política decisiva para los catalanes. Se puede estar a un paso de que los electores se den cuenta de que mucho más importante que la enésima discusión sobre la independencia de Cataluña, movimiento dirigido por un grupo de bon vivants de la política, debiera ser la situación de emergencia social en que se encuentra una parte importante de la sociedad catalana el asunto principal a tratar en el parlamento catalán. Si la antigua CIU ha pretendido cambiar ocultar el proceso judicial a la familia Pujol y las investigaciones judiciales sobre numerosos miembros convergentes con la independencia no ha cumplido sus objetivos.

La delicada situación política de Artur Mas, a un paso de ser abandonado por sus compañeros de Junts pel Sí, se acrecienta cada minuto que pasa. Puede que aún no sea consciente pero su vida política ha terminado. Como también debería terminar la de los principales miembros de su partido a los que apenas hemos oído desde las elecciones y que son también responsables del laberinto en que se encuentra Cataluña. Los dirigentes del movimiento independentista son causantes de haber insuflado un deseo secesionista en una parte minoritaria de la sociedad a las que ahora tendrán que explicar las causas del fin del proceso soberanista.

También debería reflexionar el Partido Popular de su actitud en esos últimos años. Su negativa a cualquier acercamiento de posturas durante la época de Zapatero no solo motivó un ascenso paulatino del independentismo en Cataluña sino sobre todo la ruptura de puentes para encontrar una solución dialogada al desarrollo de las competencias de las CC AA en la Constitución española de manera definitiva. El recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido Popular al entonces recién aprobado Estatut fue el principio del enrarecido clima político que amenaza con enquistarse así como de las masivas manifestaciones organizadas en cada Diada que fueron tomadas como disculpa para dar el salto definitivo a la deriva independentista. Mucho dista de la actual actitud de voluntad de llegar a acuerdos tras el descalabro electoral de Mariano Rajoy del comportamiento que tuvo mientras disfrutaba el PP de la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados y, sobre todo, de aquella posición de constante confrontación durante su periodo de oposición a la presidencia de Zapatero.