En España el número de la población reclusa era hace 15 años de 42.000 y la actual es de 65.000 presos, de los cuales menos de 5.000 son mujeres. Somos uno de los países europeos con más población reclusa (llegamos a tener hace cinco años 75.000 presos), mientras que nuestra tasa de delincuencia es una de las más bajas; y ello por dos razones: el Código de 1995 elevó muchas de las penas de prisión, y que no se emplean penas alternativas a las penas cortas de prisión (el último ejemplo es el de Isabel Pantoja, un ensañamiento carcelario con una pena corta).

El por qué las mujeres delinquen menos que los varones, tiene varias causas o explicaciones, pero todas ellas reflejan claramente la desigualdad cultural y social entre varones y mujeres. Desigualdad no sólo en cuanto a número de delincuentes, sino diferencias en cuanto a las causas de comisión del delito, en el tipo de delito y su gravedad, desigualdad en los centros penitenciarios, e incluso diferencias en la futura reinserción social.

Dice la especialista en este tema, Beatriz Sánchez Martín, que la delincuencia femenina es menor que la masculina porque se ejerce sobre las mujeres un mayor control social, pues se refuerzan mucho menos las actitudes antisociales que en varones y el hecho de que las mujeres que transgredan la norma tienen una mayor crítica social.

Los delitos más frecuentes cometidos por las mujeres, son delitos que no hacen daño irreparable a las personas, es decir no cometen delitos muy violentos (salvo en el caso del terrorismo, ya desaparecido en este país); ya que son delitos contra la salud pública, es decir tráfico de drogas, y delitos contra el patrimonio. La división clásica de los roles no favorece las conductas violentas en las mujeres pero sí en los varones, pues precisamente muchos chicos ganan categoría en su grupo llevando a cabo conductas antisociales y violentas, mientras que no pasa lo mismo en las chicas.

Muchas de las mujeres actúan influenciadas por sus parejas para traficar con drogas y en estafas y corrupción, y también muchas (curiosamente) son víctimas de violencia de género, abusos, y explotación por los hombres. El número de mujeres delincuentes es menor porque muchas de ellas son desviadas a la explotación sexual de la prostitución dentro de la marginación social. Las mujeres delincuentes son la mayoría mujeres que tienen hijos y una situación económica bastante mala (aparte las drogas) y utilizan el delito como última alternativa, son mujeres que viven en la pobreza, en mundos marginales, con familias desestructuradas, con nivel cultural muy bajo, sin trabajo y sin facilidades para encontrarlo.

Se queja la citada autora que las mujeres en prisión viven en peores condiciones que los hombres; en el centro penitenciario de Topas (Salamanca) que ella analizó, al ser ellas muchas menos, tienen menos actividades, menos uso de las instalaciones y unas estructuras creadas exclusivamente para hombres. Y a efectos de reinserción social sólo hay el taller formativo de peluquería para ellas, y los hombres tienen más talleres de reinserción y mucho más productivos que las mujeres, por lo que de cara a la reinserción tienen más posibilidades que las mujeres. Y termina su estudio diciendo que «Las cárceles no están llenas de mala gente, ni de criminales, las cárceles están llenas de pobres».

Como siempre, el Código Penal y las cárceles están hechos para los pobres, y aunque nuestra Constitución establece la reinserción social para los penados, apenas se cumple. Es cierto que desde hace seis años, por reformas legales, se hace más uso de las penas sustitutorias de las prisiones cortas, y se imponen menos prisiones preventivas, con la consiguiente disminución de población reclusa. Y además ha descendido el número de delitos, pese a los que exigen mayores penas y agoreros que meten miedo y odio diciendo que tenemos más delincuentes, y se cometen más delitos, incluidos los de violencia de género, lo cual es mentira, pues las estadísticas nos dicen lo contrario. Cómo decía Concepción Arenal: «Odia el delito y compadece al delincuente», y ahora decimos que se debe reinsertar socialmente. La pena debe ser una medicina contra la enfermedad antisocial, no una venganza o acto de odio.