El «tonto el culo» de Papá Noel arrasó en nochebuena dejándonos la casa llena de papeles de varios colores y regalos mayormente innecesarios. Valga el ejemplo del cómodo, a la par que innecesario, cepillo de dientes eléctrico contemplado como necesario sustituto de las articulaciones y músculos de la mano, aún a sabiendas, como todo el mundo sabe, que «como el puntito de la mano no hay nada». De hecho, y no en vano, todos somos seres «u manos».

Todos los años la misma insensatez consumista disfrazada de pegajosa y artificial armonía que se adentra en la «zona zen» de nuestros genes a beneficio de las grandes superficies. No sabría explicar si hay genes navideños pero, en suma, se trata de experimentar el comportamiento compartido de la felicidad fugaz mediada por el producto regalado, aunque este sea insípido y, como diría Rosario Flores, carezca de alma. Total y resumido: calcetines para mí; un gobierno de la Generalitat compartido, en caso de Compromís-PSOE; y, por un poner, el nombramiento de Alberto Hernández Campa, esposo de una consellera, la de Sanidad, Carmen Montón, como director gerente de la empresa mixta de aguas Egevasa. Porque él se lo merecía aunque ya ha renunciado, hablando, como decía, de lo pegajoso y artificial de los regalos y prebendas inmiscuyéndose en nuestros genes. Políticos en esta ocasión.

A diferencia de otras adicciones la compra compulsiva no es solo entendida y tolerada sino aplaudida. La publicidad explota hasta la extenuación el estereotipo del consumidor insaciable invitándonos a seguir su modélico ejemplo. Lo que nunca he entendido, por ejemplo, es porqué los perfumes y colonias de mujer se publicitan en francés y en voz baja y susurrante. En política sabemos que este patrón de «anormalidades» podría ser arquetípico y que el consumo político por parte de la ciudadanía lleva implícito a veces restar conscientemente de ética, pasar por alto, si se quiere, algunas actuaciones presentadas como modélicas cuando no pasan de ser, tristemente, repetidamente, compulsivas gobierne quien gobierne. Es como si nos susurrasen al oído un mensaje procaz pero suavizado por el idioma y el tono de voz. Un nombramiento de estas características tenía necesariamente que dar que hablar a la opinión pública, aunque solo fuese por salud democrática. En esta ocasión -es mi opinión- quien nombró a Hernández Campa se equivocó. La ciudadanía ya no va a perdonar ninguna metedura de pata venga de la institución que venga. Ya no queremos ni consentimos que, en política, se hable en voz baja o en otro idioma. Al contrario, queremos políticos con voz altisonante, inteligible, clara y rotunda. Sería una lástima que nuestros nuevos dirigentes, a los que tanto oímos hablar de nepotismo o corrupción estando es la oposición consintiesen este tipo de nombramientos tan a «la trágala». Estas cosas son las que angustian y hartan a una ciudadanía que no ha perdido tanto la memoria reciente como algunos creen y considera que sus políticos hablan todavía representándolos.

Ximo Puig puede decir que no habla de otras instituciones, ni de cómo se nombran sus cargos, en este caso de la Diputación de Valencia, pero lo que no puede hacer es mirar para otro lado en tan delicado asunto sustrayendo su propia opinión ante la ciudadanía que lo aupó al poder y desea escucharlo con voz clara y, como decía, rotunda. Es el president de todos. Esto haría, si no la ha hecho ya, que perdiésemos la esperanza en quién se alzó como aquel adalid que nos iba a librar de nepotismos y corruptelas, hace tan solo unos meses, y se afanó en ocupar una presidencia que, por coraje y valentía, debió ocupar Mónica Oltra. Nunca he creído en regeneraciones partidistas interesadas cambiando simplemente el collar. Llámenme recalcitrante.

Manolo Alcaraz como conseller de Transparencia, tiene trabajo. Más del que sería, médicamente hablando, recomendable para su salud, incluida la mental. Si las características del material emanado de la política y de las instituciones para las que trabaja deben ser absolutamente transparentes y diáfanas estas mismas características son las que no se pueden sustraer por inacción y arrojo, sobre todo el representado por nuestro presidente, que como decía es el de todos los valencianos.

Espero que el PSOE no se presente como aquel cepillo de dientes eléctrico, al que consideramos absolutamente necesario y que compramos de forma compulsiva, convertido en sustituto de esa enérgica y necesaria mano a la hora de limpiar tantos «residuos» acumulados a lo largo del tiempo. Y que tanto nos han hecho sufrir. Prefiero los calcetines.