En la contemplación de nuestros tradicionales belenes, encontramos que el relato del nacimiento de Jesús se entremezcla con la narración de la cotidianidad de la historia de nuestros pueblos; de alguna manera es la manifestación de que aquel acontecimiento se prolonga a través de todos los tiempos. No es extraño ver reflejados en nuestros belenes la representación en miniatura de nuestros propios pueblos y ciudades, en muchos casos, paisajes urbanos ya desaparecidos. Esa recreación artística del arte popular, es una manera de mantener viva la memoria frente a la destrucción a la que han sido sometidas nuestras ciudades, muchas veces en nombre del «progreso». Mantener viva la memoria es un necesario acto de rebeldía frente a un mundo que se quiere diseñar desde el olvido, como expresión de un pensamiento totalitario.

También es de destacar el protagonismo que en el relato adquiere el pueblo y así, aunque el elemento esencial del belén se encierra en la escena del nacimiento de Jesús y en la mayoría de los belenes aparecen algunos elementos de la narración bíblica de su infancia: el anuncio del ángel a los pastores, la figuras de los Magos de Oriente, la matanza de los inocentes, la huida a Egipto, etcétera, junto a estas escenas encontramos el protagonismo de la vida cotidiana de la gente, los pastores que cuidan del ganado, el leñador, el agricultor, la mujer que lava la ropa, el pescador, etcétera, sin que exista en muchas ocasiones rigor histórico alguno en la exposición del relato. Recuerdo en algún belén de Elche la presencia del personaje de Cantó. También es normal encontrar elementos de las manifestaciones propias de otras ciudades en sus propios belenes, como es el caso de la pieza bellísima del «Tirisiti» de Alcoi con su «Tereseta» y el cura, los moros y cristianos, la figura del torero€ en fin la vida de la ciudad en aquellos años en los que se desarrolló esa pieza del teatro de marionetas. La historia contada desde un belén, pone el acento en la importancia que en ella adquiere la vida cotidiana de la gente y no solo la gesta de grandes personajes. Como el propio filósofo marxista Ernest Bolch nos recuerda, en el reino de Jesús los protagonistas son los pobres, los humildes.

Pero además de la presencia de estos elementos locales en nuestros belenes, también en ellos se expresa una dimensión universal. La imagen de los belenes que construimos es una manifestación de nuestra pertenencia a la ciudad de Belén, a la Palestina histórica. En aquellas tierras del Oriente Medio nacieron muchas de nuestras más arraigadas y preciadas tradiciones. El poeta León Felipe decía que por los caminos de Belén anduvimos todos los niños españoles, cuando hacíamos caminar a los Reyes Magos, recorríamos en los caminos de arena de los belenes o en las montañas de cartón, la geografía de la tierra de Palestina que la sentíamos tan nuestra. De aquellas tierras de Oriente venían los magos que nos traían los regalos. También por esos caminos han transitado en su niñez mucha gente de Europa, de América€ La pertenencia cultural y espiritual a esa tierra nos hace sentirnos ciudadanos de esa ciudad universal que es Belén. Al recrear en la fiesta de la Navidad esa Belén idealizada como un lugar de convivencia, no podemos dejar de tener presente la situación dramática que se está viviendo en la tierra de Palestina y en otros lugares de ese Oriente interiormente tan cercanos. Todos tenemos derecho a sentirnos ciudadanos de aquella tierra y no podemos ser ajenos al sufrimiento de sus ciudadanos, cultural y espiritualmente nuestros vecinos. No podemos consentir que ningún «Herodes» acabe con la vida de tantos inocentes. En aquellas tierras conviven junto con otras confesiones, comunidades cristianas hoy perseguidas, ante la indiferencia de nuestro mundo occidental, de tanta gente que participa de nuestros propios valores culturales, independientemente de la confesión que profesen y que se ven abocados al exterminio, a la huida y abandono de la tierra que habitaron durante tantos siglos. La desaparición de esas comunidades es de una perdida cultural inmensa, es como arrebatarnos las raíces de todos nuestros sueños, de nuestros ideales, de nuestros valores. La contemplación de un «belén» nos puede ayudar a recobrar nuestro sentido de una ciudadanía manifestada en cada una de las localidades y con una mirada universal. Es a una lección sencillamente contada y a la vez profunda de nuestra propia historia.