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Crónicas precarias

Patadas voladoras para el año que comienza

Aunque estos días he estado muy liada organizando los pactos postelectorales y asegurando la gobernabilidad del país (de nada, vivo para dar), he encontrado algunos huequecillos para poder reunirme con gente querida a la que hacía tiempo que no veía. Ya sabéis, las típicas quedadas navideñas para ponerse al día y reventar a base de embutido, turrón y bebidas de diversa graduación. ¿Os imagináis cuál ha sido la gran alegría de estos reencuentros? Descubrir que ninguno de los asistentes es pobre de solemnidad. ¡Menudo subidón!

No dormimos en la calle ni pasamos hambre. Todos tenemos trabajillos con los que ir tirando y eso, para los parámetros que se manejan últimamente, parece que debería dejarnos satisfechos. No somos indigentes, ya hemos triunfado. Así que nada de quejas y angustiosas miradas al abismo de nuestro porvenir. Todo bien, circulen.

Eso sí, en lugar de miseria, lo que tenemos a rabiar son vidas a medias. Trabajos a medias que se convierten en rutinas de subsistencia, salarios a medias incompatibles con un futuro digno y seguro. Vocaciones abandonadas ante una realidad desalentadora y planes para dominar el mundo que, por el momento, tendremos que dejar en la pila de asuntos pendientes (he dicho por el momento, cuando consiga hacerme emperatriz de todo esto os vais a enterar). E incertidumbre, claro. Es terrorífica la cantidad de incertidumbre que se puede amontonar en una mesa llena de gente que está apurando la década de los veinte y solamente tiene claro que quiere pedir otra cerveza.

No vamos a pasar la próxima noche entre cartones, pero -llamadme ambiciosa- como meta vital no es suficiente. Teniendo la supervivencia relativamente garantizada, ahora toca asegurarnos de que la precariedad que nos ha gobernado con puño de hierro se convierte en una entrañable anécdota para las sobremesas familiares de 2056 y no en nuestro ecosistema incuestionable.

Ya hemos tenido sacrificio hasta las orejas, se nos sale por las costuras el sacrificio. Hemos remado en la absurda dirección que nos ha mandado el capitán chalado de turno, hemos arrimado el hombro junto a tipos que nos miraban con desdén y sorna. Creo que toca pasar página, la bromita de la generación perdida se nos ha ido de las manos.

Estos años de austeridad caída del cielo nos han convertido en viejos prematuros, melancólicos y hastiados. Supongo que es la consecuencia natural de pasarte media juventud entrando y saliendo del paro como si fueras un adicto al tren de la bruja en alguna feria de atracciones en decadencia. O de estar obligado a trabajar en negro y no poder soñar con cotizar hasta los 40 años. O de seguir siendo un pequeño parásito en casa de tus padres porque esa limosna a la que llaman sueldo no te llega para más. O de estar harto de volver a tu hogar de visita desde alguna frontera lejana.

Así que 2016, tú verás cómo te lo montas para traernos un año sin recortes, ni asfixia, ni contratos basura, ni tristeza y resignación, que ya no nos queda hueco para más decepciones. Y si no, pues habrá que tener unas palabritas con las autoridades competentes. Que yo me iba a apuntar a clases de yoga para canalizar el estrés y la ansiedad, pero si hace falta, me paso al kung-fu y me pongo a pegar patadas voladoras. Todo sea por el precariado.

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