Eran todos tan jóvenes. Aparecían a diario en la televisión casi siempre enfadados y con el ceño fruncido. La mezcla de juventud, planteamientos novedosos y su particular estética hacía subir curiosidad y audiencias. Los términos que acuñaron: empoderamiento, casta, viejos partidos, el régimen del 78, serían pronto de uso común y los partidos de siempre, «los viejos» según ellos, sorprendidos a contrapié, reaccionarían tarde y mal, lastrados por la inercia imparable del eterno bipartidismo y por el plomo que la corrupción, presente o pasada, había ido acumulando en sus alas en el caso del Partido Popular.

Y así los veíamos blandir el índice en ademán acusador lanzando graves admoniciones hacia algún amilanado contertulio o poniendo los puntos sobre las «ies», al interlocutor que hubiera osado cuestionar sus planteamientos, porque era a ellos, los nuevos, a quienes correspondía, mira por donde el «copyright» de la democracia, que para eso habían estudiado mucho y cursado doctorados a diestro y siniestro.

Cuando alguien les echaba en cara haber trabajado para Hugo Chávez, haber asesorado a la República Islámica de Irán o defender la 5ª enmienda de la Constitución Americana, la que consagra el derecho a portar armas, se apresuraban a quitar hierro al asunto, larga cambiada y a otra cosa mariposa.

Sucede sin embargo que los electores les han situado en un tercer puesto, posición honrosa, pero tercera al fin y al cabo, por detrás del PSOE, a quien anhelaban superar. Su reacción ha sido de lo más peculiar. Aquellos que se desgañitaban denostando a las viejas formaciones del Régimen del 78 por su falta de transparencia y/o ausencia de cultura democrática, lejos de tender los puentes para el diálogo y encuentro al que están obligados por mandato ciudadano, van y lo primero que hacen es dinamitarlos, sembrando el terreno de condiciones, como si de minas se tratara, cuando tienen la certeza de que alguna de ellas es inasumible para la parte contraria.

Por si fuera poco, el aprendiz de mago Errejón ni corto ni perezoso se saca de la chistera el más estrambótico de sus conejos, la figura del independiente, que sin pasar por las urnas va a ser la panacea para todos nuestros males presentes y futuros. Pone los pelos de punta. ¿No les parece inquietante? ¿No criticaban (y con razón) la oscurantista reforma del articulo 135 de la Constitución? En quién están pensando y a dónde quieren ir a parar es lo que deberían aclarar, porque seguro que ellos que son tan listos ya lo saben.

Tampoco los de Rivera viven sus horas más felices. Si a los de Iglesias les faltó una semana para acabar de marear la perdiz, a los de Rivera les sobró el mismo plazo de tiempo para evitar meteduras de pata como su postura sobre la violencia de género cuya gravedad, diga lo que diga, diluyó al equipararla al resto de formas de violencia. Decir que su respuesta al subir las penas era más severa, no deja de ser un insulto a la inteligencia del electorado, especialmente el femenino.

Otro tanto cabría decir sobre sus contradicciones: un día se niega a formar gobierno y al siguiente en una suerte de ultimátum emplaza a todo bicho viviente a coaligarse contra Podemos. Sería muy revelador saber qué o quién le convenció en el plazo de solo una noche.

Y para completar el cuadro nos encontramos con un Partido Socialista donde se blanden de nuevo las navajas más allá de Despeñaperros, cuando lo que debería estar ya haciendo es convencer a los ciudadanos de que el único proyecto de país viable es el que ellos proponen, porque tiende puentes en lugar de construir barricadas y apuesta por el diálogo sin abrir cajas de Pandora.

Nos queda, sin embargo la tranquilidad de saber que, a fecha de hoy, la única salida que tenemos es la del entendimiento, (no habrá sido tan inútil la Constitución del 78). Lo decía George Steiner en un discurso que pronunciara no hace mucho «La Idea de Europa». Ningún país reproduce como España, aunque a una escala menor, la diversidad de geografías, culturas, climas, lenguas y amenazas nacionalistas, por lo que su receta nos viene como anillo al dedo. «La esencia de lo europeo (decía el pensador) es la necesidad de negociar intelectual y existencialmente las ideas rivales».

Conjugar recelos y odios que proceden a veces de la noche de los tiempos, poner en valor lo que de común podamos tener, en España como en Europa;, no es tarea fácil pero es la única solución. Respeto a la diversidad y puesta en valor de lo común, que lo tenemos y mucho, como vacuna ante la intolerancia y exorcismo ante los terribles demonios del pasado.

Sin duda más fácil de decir que de hacer, especialmente tras las torpezas del PP, pero mal haríamos en ignorar los consejos de alguien que como Steiner pudo sobrevivir en su día a la barbarie que se adueñó del cuerpo y de las almas de los europeos. Urge seguir construyendo España (como a Europa) mirando con determinación hacia delante, pero sin perder de vista la imagen que nos devuelve el retrovisor, para evitar así el más indeseado de los «sorpassos», el de nuestro pasado, el más feliz de los cuales mira por donde, ha sido el vivido al abrigo de la Constitución que ahora algunos tanto denostan. Retrotraerse más en el tiempo, en nuestro caso, estremece.