La navidad, por definición, se vincula conceptualmente a los buenos sentimientos, y pese a lo manido que pueda resultar el asunto, una reciente investigación liderada por el profesor de neurociencia de la Universidad de Pensilvania Michael Platt, nos propone un interesante enfoque para explicar el origen de algunas emociones básicas como la bondad o la generosidad.

Según los hallazgos obtenidos en su curioso estudio, es la amígdala cerebral, situada en las profundidades de los lóbulos temporales, la responsable de nuestra generosidad. Y tal hallazgo tiene implicaciones directas en el tratamiento de personas con autismo o esquizofrenia, en quienes dichos sentimientos parecen verse afectados, dificultando su capacidad para conectar con los demás.

Pero además de la implicación de la amígdala, Platt y sus colegas, descubrieron que una hormona llamada oxitocina influía también en nuestra tendencia a la generosidad, o al menos en la tendencia de nuestros mamíferos más cercanos. Para ser exactos lo comprobaron con Macacos Rhesus quienes, al igual que los humanos, viven en grandes grupos con estrechos vínculos sociales. Pues bien, al parecer aquellos monos que tomaron oxitocina se volvieron más dispuestos a dar recompensas a sus compañeros y a prestarles más atención.

Más allá del enfoque puramente biológico, el filósifo y teólogo Bert Hellinger, en su obra Pensamierntos en el camino, explica que «la bondad está más allá de la moral, por lo que es amoral. Nos hace más sencillos. La bondad es serenidad, sintonía con el pasado y el futuro. Es la hermana de la sabiduría». Y de estas palabras podemos extraer que, según el autor, debe acercarnos mucho a la experiencia de la felicidad. Continuando con esa alusión a la sencillez y la serenidad, encontramos las siguientes palabras del propio Walt Wittman en su poemario Hojas de hierba: «Cuando supe al caer el día que mi nombre había sido recibido con aplausos en el capitolio, no fue para mí feliz la noche que siguió, (...) pero el día en que desperté lleno de salud, renovado, cantando, aspirando el fresco aire del otoño, cuando vi la luna llena en el oeste (...) entonces sí fui feliz».

Quizá en este tipo de sentimientos, que probablemente provocarán unas determinadas conductas beneficiosas para los demás, se halle la cura para el resentimiento. Como bien expresaba Emile Cioran, en su obra Silogismos de la amargura, «nuestro rencor proviene del hecho de haber quedado por debajo de nuestras posibilidades. Sin haber podido alcanzarnos a nosotros mismos. Y eso nunca se lo perdonaremos a los demás».

Quizá a través de esos buenos sentimientos, que nos permiten perdonar a los demás, logremos alcanzarnos a nosotros mismos.