Se acaba un año y las viejas dudas no se disipan de cara al futuro. Más de lo mismo para el que llega. El señor presidente en funciones creerá haber ganado las elecciones y no ha sido así. Ha perdido más de sesenta diputados, ha perdido la mayoría absoluta, ha perdido el timón de la nave y ha perdido, por caminos abruptos, buena parte de su prestigio, pues en ninguna de las encuestas sobre las cualificaciones de los políticos ocupa un lugar de preferencia. ¿Qué está pasando? El carisma empobrecido y más votos que se prestan a engaño. «Somos la lista más votada». ¿Para qué sirve eso en nuestro país y con nuestras leyes? Para nada, con muy buen criterio por parte de quienes negaron y niegan una medida que, sostenida sobre endebles pilares de paja impediría el normal desarrollo de una joven legislatura ganada en buena lid. Pero no con la contundencia deseada y por ende sin mayorías absolutas deprimentes y por su puesto negativas para la buena marcha de la democracia. En esta ocasión que nos ocupa, y que tan preocupante resulta, tampoco la izquierda ha podido triunfar por su escasa dosis de fraternidad, por la incomprensión de sus mandos y su falta de generosidad, aunque sí ha podido dar algunos pasos hacia un futuro esperanzador que puede convertirse en espejismo a poco que se descuide la vigilancia y se facilite la entrada al egoísmo.

Sin duda ninguna se han perdido posiciones creando, al tiempo, desencuentros y dolorosas situaciones. Se ha empobrecido el país si se escucha, con atención, el clamor del pueblo. Se envuelve todo con papel de colorines. La derecha perdedora -real- y la ganadora -virtual-, desorientada no sabe dónde ubicarse con seguridad y al amparo de esa Economía escrita con mayúsculas pero solo leída por aquellos que la ven acercarse, son los destinatarios habituales. Los grandes equipos, sin resolver sus canteras, dañadas por los cambios, no desconocen que en el nuevo edificio no habrá pan para todos los hambrientos que piarán desde nidos modestos y en estos últimos se queda a la espera de un milagroso sol que recupere aquella luz perdida, de claridad inmensa que, incomprensiblemente, mira hacia atrás recordando hechos y sucesos con nostalgia. A los expectantes que tanto tuvieron y tanto han perdido solo les mantiene la esperanza de un regreso imposible que fuese capaz de renovar un ambiente enrarecido por otro esplendente. Los otros a los que se suele integrar en la atónita situación del sufrimiento constante y reiterativo levantan los hombros y esperan. ¿Qué espera esta honrada gente? De momento está viendo asomar un cambio por la lejanía. ¿Será esta toda su esperanza? Poca consistencia se adivina en un año de dudas. Esperemos que sea feliz ese año que llega. Y próspero sin necesidad de reyar para conseguir objetivos justos.