Son muchos los amigos y conocidos que me piden una reflexión acerca del extraño caso del Partido Popular al haber obtenido más cantidad de votos que el resto de los partidos en estas últimas elecciones generales. Bien es verdad que el triunfo del PP no tapa sus muy malos resultados en las urnas. El partido gubernamental retrocedió en todas las comunidades autónomas en relación a las generales de noviembre de 2011. En algunas el desplome es espectacular, solo así se puede describir la pérdida de 27 puntos en Murcia, 25 en Canarias, 24 en la Comunidad Valenciana, 22 en Baleares, 21 en Madrid y 20 en Andalucía y Aragón. Pero, a pesar de todo, fue la lista más votada. Son muchos los que desearían una explicación a tal comportamiento social. Zonas rurales, como nuestra Vega Baja, han votado mayoritariamente al partido conservador aun cuando éstas han sufrido en sus carnes la despiadada política de recortes y de abandono del campo de los dirigentes populares, de los empleos precarios, del paro y de la corrupción de sus alcaldes. Y aun así, los han seguido votando. ¿Por qué?

Hay actitudes claramente rebeldes e inconformistas, como la muchachada del 15 M y otras tantas mareas sociales (Amarilla: en defensa del sistema público de bibliotecas. Azul: en defensa del agua como bien común y servicio público. Blanca: en defensa de la sanidad pública y contra la privatización. Granate: contra la emigración forzada. Marrón: defensa medioambiental contra la venta y especulación de los montes públicos. Multicolor: coordinadora de mareas, asambleas 15M y colectivos sociales. Naranja: en defensa de los servicios sociales. Negra: funcionarios de administración y servicios generales, de luto contra los recortes. Roja: contra el desempleo y por los servicios públicos de empleo. Verde: por la educación pública. Violeta: contra los recortes en políticas de igualdad). Hay, por el contrario, actitudes conformistas y conservadoras, que evitan cualquier enfrentamiento o contradicción con el poder legalmente constituido. Este conformismo social puede ser tanto colectivo como individual, tanto de espacios privados como públicos. Los sujetos se sienten identificados en un orden en donde se pierde la relación entre hacer y pensar. Es preferible hacer como si se pensase que pensar en lo que uno hace. El PP ha sido maestro en ello. La explotación laboral se ha presentado como trabajo productivo, generador de riqueza y actividad empresarial digna de elogio, portadora de dinero semilla, formadora de yacimientos de empleo y de nichos de trabajo (mejor cobrar poco y trabajar duro que no tener trabajo). El partido del gobierno ha eliminado todo carácter ético de su hacer político y, sobre todo económico, presentando sus recortes como «algo inevitable». Este mensaje es propio del conformismo social y el que más ha calado en la mayoría de los estratos sociales, por tanto, conformistas. El conformismo social, potenciado por la derecha económica y política, pretende atrapar en sus redes a todo tipo de sujetos, independientemente de sus ideologías, sus formas de vida y de pensar, desactivando su creatividad, su imaginación y su rebeldía. El sistema labrado por los conservadores y poderes financieros se apropia de las conciencias logrando que los individuos entreguen su voluntad de actuar y pensar al orden sistémico. El pacto social que genera el sistema se fundamente en inhibir toda conducta antisistémica y en atacarla con fiereza cuando se da. De esta manera, lentamente se impone un orden social que anula la voluntad, inhibe la conciencia y destruye los valores éticos. Desde esta perspectiva se explican muchas cosas, muchos ataques virulentos contra Zapatero, Iglesias, los movimientos antisistemas y otras actividades sociales críticas y comprometidas y que el PP siga siendo la lista más votada.