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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

¿Para qué sirve un político?

En el amanecer de los tiempos los conflictos se sustanciaban a garrotazos y el poseedor del palo más gordo solía ser al mismo tiempo el jefe de la tribu y el macho alfa polinizador. En un estudio dirigido por el Dr. Recadero D.L. Consigna en la Universidad de Kansas de Abajo se descubrió un antiguo y oscuro atavismo del género humano que equiparaba a los que mandan con una antigua raza perdida -¿quizá de procedencia extraterrestre?- que utilizaba unas extrañas armas arrojadizas llamadas «ur-na-has» contra sus enemigos. Lógicamente quien estrellaba más de estos artefactos en el cráneo de sus oponentes y rompía crismas con mejor donaire se llevaba el gato al agua del poder y de las hembras (A esa manía de mezclar sexo con mando lo llamaron la «erótica del poder»).

Sin querer enmendarle la plana al ilustre Dr. D.L. Consigna, todas estas teorías de los antiguos astronautas que llenan horas y horas de programación en el Canal Historia me parecen similares a los consejos que las madres iban transmitiendo de forma oral, tipo no te bañes hasta tres horas después de comer, que tanto han perturbado las infancias de generaciones: un hablar por no callar. Pero sin creer en alienígenas (bueno, alguno/a conozco, pero eso entra dentro de mi esfera privada), hay que reconocer que muchos de los gestos y maneras de los políticos actuales se explicarían por los genes del garrotazo y tentetieso.

Porque, vamos a ver: ¿Para qué sirve un político? He preguntado a la Asociación de Jubilados del Parque Pelao, más que nada porque me pillaban a mano y total para lo que me pagan no merece la pena gastarse los magros emolumentos en gasolina. Reunidos el Presidente y la Junta Directiva, o sea el abuelo Paco y la señá Remigia, me han contestado que «pa comer de balde y gastarse los impuestos en señoras de mala reputación» (no lo han dicho así exactamente, han recurrido a otro adjetivo, pero no quiero manchar la seriedad de este estudio con vocablos malsonantes, ustedes disimularán).

Visto el resultado poco científico a que me conduce el camino emprendido, utilizaré otra fórmula, la de hacer preguntas en negativo tratando así de conseguir positivar la fotografía. ¿Serviría un político para limpiar la moqueta?, rotundamente no. ¿Se puede utilizar un político para el relleno de unas croquetas?, insípido. ¿Andaría nuestro coche con un extracto de político?, ensuciaría los cilindros. ¿Un político nos pagaría unas cañas y una tapa de oreja?, quizá sí, pero con nuestro dinero. ¿Reduce nuestro colesterol un político?, pues no sé, no creo, pero démosles el beneficio de la duda.

Sin duda para algo útil tiene que servir un político y no me recuerden que «para forrarse», como dijo aquel, que esa es una utilidad muy personal que no tiene repercusión en nuestras vidas más allá del cabreo de barra de bar. «Sirven para gobernar», sentencia el enterao de mi cuñado en la cena de Navidad. Podríamos analizar detenidamente tal concepto, más extendido de lo que parece en amplios círculos, pero hay una pregunta demoledora que derrumba totalmente la estructura en que se sustenta: ¿Se puede gobernar sin políticos?, pues rotundamente sí, miren si no Italia o Cataluña o Bélgica por poner ejemplos cercanos y no irnos a la República de Zondongo que no conoce nadie y que, de hecho, me podría inventar si no fuese porque soy muy estricto con la realidad.

Y si realmente ninguna pajolera falta hacen los políticos: ¿por qué mantenemos a cuerpo de rey unas decenas de miles en ayuntamientos, diputaciones, empresas públicas, gobiernos autonómicos y montepíos de hetairas arrepentidas? ¿Tendrá que ver con la fascinación que nos produce ver al tío con el palito (no se olviden del bastón de mando de los alcaldes, remedo de la garrota de los cuaternarios)? ¿Será un gen perdido producto de alguna extraña zoofilia ovejil de algún perturbado (y necesitado) ancestro que nos insta a buscar el pastor no sea que nos perdamos de camino al redil?

Aunque quizá haya luz al final del túnel; me han hablado de un interno del frenopático de Ciempozuelos que parece haber dado con la junta de trócola de este tortuoso deambular humano en busca de respuestas y que dice haberlas encontrado en el monolito al que adoran los monos en «2001: Una Odisea en el Espacio». Si es así aprovecharé las vacaciones para reunirme con él en su cómoda celda acolchada. Ya les cuento.

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