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Raúl Mérida

Animales de papel

El poder no se mide por la fuerza que alguien posee, se mide por la sabiduría de la que dispone

Cuentan que Sadako Sasaki tenía tan solo dos años de edad cuando, a menos de un kilómetro y medio de su casa, en Hiroshima, el seis de agosto de 1945, cayó la famosa bomba atómica que asoló la vida de cientos de miles de personas.

Sin embargo, Sadako no murió como consecuencia de la detonación de la misma. Ella, en un primer momento, sobrevivió a ésta aunque, en realidad, el destino le tenía guardado, como a tantos y tantos otros, un terrible desenlace.

Sucedió diez años más tarde, recién cumplidos los doce. Entonces acudió al hospital por el continuo malestar que arrastraba.

Las palabras que pronunció el doctor que la atendió fueron, de nuevo, como otra bomba inmensa que estalló esta vez dentro de su corazón -Diagnóstico: Leucemia. Pronóstico: Muy grave. Esperanza: 3 meses de vida-.

Sadako pasó, en pocas horas, de la no aceptación a la realidad y, de ahí, a la más severa depresión que una persona pueda sufrir.

Fue entonces cuando su amiga Chizucho, para intentar animarla, le contó la historia de las mil grullas de origami y, metiéndose una mano en el bolsillo de la chaqueta, sacó una pequeña grulla de papel. «¿Ves?- le dijo-, aquí tienes la primera, el resto debes hacerlas tú».

Aquel mensaje caló de tal forma en Sadako que, desde aquel día, comenzó a construir grullas de papel.

Sadako logró multiplicar aquellos tres meses de vida que, en un primer momento le dieron, por varios años de vida pero, al terminar su grulla 644. Desgraciadamente, la muerte la visitó. Ella la aceptó resignada y en calma porque, al fin y al cabo, a esas alturas, gracias a aquellas grullas, había conseguido sanar su mente o, lo que es lo mismo, estar en paz consigo misma y con los demás.

Sus amigos, apenados por su pérdida, acabaron el resto de grullas y, cuando llegaron a las mil, decidieron hacer un monumento que recordara para siempre la historia que hoy les cuento.

Así, hoy en día, existe una estatua en el parque de Hiroshima que recrea la imagen de Sadako con una grulla de papel en la mano.

Desde entonces, cada 6 de agosto, Día Mundial de la Paz, el mismo en el que cayó aquella fatídica bomba atómica, llegan a Hiroshima miles de grullas de papel que, procedentes de todos los lugares del mundo, recuerdan a Sadako y piden cada año por la paz del mundo.

Quizás por eso, cuando muchas veces me cruzo en la carretera o cerca de algún humedal de nuestra provincia con alguna grulla en esos maratonianos procesos migratorios que las hacen cruzar nuestro país de cabo a rabo, no puedo sino admirarlas por su forma de volar, su libertad y por lo que significan en el mundo.

Es curioso, las personas nos fijamos en los animales cuando hablamos de paz pero, sin embargo, a la hora de la verdad, los perseguimos e, incluso, los alejamos para siempre de nosotros. Es el caso, por ejemplo, de las palomas, el símbolo universal de la paz.

Desde que la Biblia recreó la historia de Noé enviando a una paloma para ver si lo peor del diluvio había pasado y aquella paloma regresó al arca con una rama de olivo en el pico, la simple imagen de uno de estos animales volando crea en nosotros sentimientos de calma y de paz.

Sin embargo, a nuestra Arca de Noé muchas veces nos traen palomas maltratadas, heridas, a las que han atado con cuerdas para impedirles volar, impregnadas de pegamento o colas, etc, etc. La mayoría las rescatan de la calle porque no pueden volar.

Nosotros las curamos siempre y, luego, las dejamos en la zona donde viven los herbívoros para que la fuerza de la naturaleza se encargue de devolverle las ganas de vivir.

Los primeros días siempre se muestran tímidas y caminan a dos patas por el suelo junto a los conejos que allí viven pero, poco a poco, van cogiendo fuerzas hasta que, de pronto, un día comienzan a revolotear.

Primero son vuelos cortos y deslucidos, con subidas y bajadas constantes. Pero, más tarde, comienzan ya a volar libremente de nuevo y, semanas después, se marchan para siempre aunque su recuerdo permanece intacto en nuestro corazón.

Sólo espero que, vayan donde vayan, estén bien y sigan portando sobre sus alas, igual que las grullas de papel, la palabra más importante del mundo, la paz.

Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda

www.fundacionraulmerida.es www.animalesarcadenoe.com

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