Una vez más se ponen los caballos después del carro, ya que pasados treinta y siete años de vigencia de la llamada Constitución democrática no estaría de más, con calma y en orden, hagamos una serena revisión de aquel instrumento que nos ha servido a todos para llegar donde estamos.

Desde aquel 1812 de la Constitución de Cádiz («La Pepa») hasta nuestros días, hemos tenido -si no me equivoco- diez Cartas Magnas, pasando por las dos no promulgadas de 1856 (Isabel II) y 1873 (I República) con todas las variantes al uso (de corte liberal, liberal progresista, oligárquica, etcétera) hasta hoy, y va siendo hora de su revisión, y así leo: «Un pueblo siempre tiene el derecho de revisar, de reformar y de cambiar su Constitución, una generación no puede sujetar sus leyes a las generaciones futuras» (artículo 28 de la Constitución Jacobina de 1793).

Pero eso no quiere decir que no nos cuestionemos qué reforma se propone, ya que la propia Constitución habla en su Título X de revisión total o parcial y plantea una serie de mayorías a las que se debería estar atento y por ejemplo, el artículo 168.1 y 2 habla de la mayoría de dos tercios de ambas Cámaras y la disolución inmediata de las Cortes, y el posterior referéndum para su ratificación.

No soy en absoluto contrario a las posibles reformas a plantear, sobre todo y dentro de mi ignorancia desconozco el alcance de las mismas, pero sí que insisto en la calma y el orden, así como en un estudio de las propuestas por una comisión de composición paritaria de diputados y senadores y sobre todo en aras a la transparencia (tan traída y llevada) pido como ciudadano, la mayor información al margen de promesas electorales.

No hay que ser, en esta cuestión tan importante, intransigente, ya que nos afecta a todos desde Galicia hasta Cataluña, con calma, sin prepotencias, ni coacciones, porque no estamos hablando del hecho de cambiar el nombre a las calles o de designar una «Reina Maga», y recordemos junto a los clásicos del pensamiento libre lo que Voltaire nos dejó en su tratado sobre la tolerancia: «Virtud vale más que ciencia», no sea que finalmente se «monte el Belén».