No me gusta nada reflexionar públicamente como pretendo ahora y aquí sobre cuestiones que se prestan poco o nada a las características de un artículo periodístico. Más aún si se vaticina en el horizonte que cuando lo escrito pueda salir al público mediante su publicación ya hayan cambiado las circunstancias que son las que de verdad mandan cuando han desaparecido las ideologías o surjan cambios profundos. Por ejemplo es muy posible que, antes de que se publique esta reflexión, surja cualquier «emergencia» tan seria que hasta se la pueda calificar de «nacional» que haga saltar por los aires diferencias y hasta rayas rojas en provecho de quien sea, ¿lo saben esto los de la CUP, «per example»?

Me sugiere lo que propongo exponer en estas líneas la tan cacareada inestabilidad que puede ser causa total de todas las calamidades y retrocesos, si es que ya había algo medio bueno o «no caos» y algún que otro medio arreglo en vías. La estabilidad de un país como el nuestro solo se mide políticamente es decir, solo se mide por la existencia de un gobierno sólido y vigoroso, mejor cuanto más inmutable, mejor cuanto más mayoritario y hasta... Me pregunto ¿por qué? Porque no hay nada ni nadie que no esté politizado, ni los sindicatos, ni las patronales, ni los jueces, ni el funcionariado, ni los obispos y hasta los creadores.

Si la política lo imbuye todo y deja de funcionar por falta de acuerdos o por pura aritmética electoral o por corrupción de políticos o por todo y a la vez, toda la vida pública se va al traste. Lógico, por tanto, que desde fuera se nos mire con harto recelo y en pleno funcionamiento financiero bajen confianzas externas y suban primas o valores monetarios de las deudas externas.

Haría falta que una sociedad como la nuestra acostumbrada a funcionar bajo órdenes y mandatos empezara de verdad a coger las riendas de su existencia en todos los órdenes y que siguiera por tanto funcionando como tal sociedad aunque no hubiera o hubiese quien la gobernara políticamente o, al menos, no como estamos acostumbrados.

Una sociedad civil y civilizada regida con total solvencia por gestores civiles altamente profesionalizados, inmunes a sobornos, imbuidos de un alto sentido del servicio público. Por eso lo que ha sido posible mil veces en Italia aquí aparece como un imposible metafísico. Por eso casi no comprendemos que una fuerza política en Francia se abstenga en favor de su contrincante «oficial» para impedir el auge de «otro» contrincante que no debe permitir una sana democracia. Por eso otros países funcionan con tripartitos y «más...titos» o alianzas «contra natura» política.

Este es el verdadero cambio que pensamos que necesita este sociedad civil que no dejaban «antes» vivir en libertad y «ahora» sigue sin encontrarse libre de ataduras políticas tan dogmáticas en cada una de sus diferencias políticas, como antidemocráticas en sentido pleno del término.

Una sociedad moderna, con mas racionalidad y raciocinio abajo y menos tutelas desde arriba. Una sociedad que pueda permitirse más que el lujo, que también, la necesaria vitalidad propia personal y colectiva para poder seguir funcionando, también económicamente, también en la supereconomía, como en la vida cotidiana, aunque tarde en constituirse un gobierno nuevo el tiempo que tarde, aunque cambien una y otra vez los gobiernos, los partidos o lo que sea, aunque se viva de pactos y desde diálogos. Sin imprescindibles estabilidades que cuanto más estables siempre terminan desestabilizando a todos, sino con estabilidad socioeconómica que predomine y se mantenga y sirva de base de toda la vida política y no al revés.