Huele a cambio, decía tras votar Pedro Sánchez. Pero para tal aseveración no hacía falta doctorarse en la Universidad de los Augurios y Adivinaciones, todo el mundo lo percibía, incluso las empresas demoscópicas. El cambio no ha venido de su mano, suyo solo ha sido emplazar a su partido en el nivel más bajo en unas elecciones. Aun así, pasando de 110 a 90, el líder socialista parece que va a aguantar el chaparrón. Perdiendo una vez más, saca el cuello e incluso pecho, pues el futuro inmediato le puede dar la Presidencia del Gobierno si llega a un pacto con Podemos y sus marcas blancas, siempre y cuando les arropen otras fuerzas de signos e ideologías de todo tipo. La campana le ha salvado del ataque que desde el sur preparaba la lideresa socialista junto a los viejos líderes del llamado «antiguo testamento». Podemos tener un ejecutivo a escala nacional del tipo Comunidad Valenciana, remedo de un Puig mediatizado que sin ganar y sacando los resultados peores de la historia del socialismo consigue ser el Honorable pero actuando de copresidente, situación que no sería muy recomendable ni para el Estado ni para los ciudadanos. Ambos, Iglesias y los suyos junto al PSOE, más la suma de la IU de Garzón, suman 161, prácticamente los mismos que populares, 123 y Ciudadanos, 40. Alea jacta est, la noche de las sumas y la aritmética tiene que dar por fuerza paso a los días de los pactos y componendas.

Mariano y los suyos tampoco han salido bien librados de la jornada electoral. Perder 64 escaños de una tacada y casi cuatro millones de votos, aun ganando las elecciones y siendo por ende el partido más votado, podría considerarse casi una debacle. Pero este es el precio que ha tenido que pagar para dar paso al reparto de los más de 320 diputados que ha pasado de dos a cuatro receptores. Ganan sin convencer, ganan sin fuerza para gobernar, pero aun así obtienen más de treinta escaños que su rival de siempre, el Partido Socialista Obrero Español, lo que pone de manifiesto que, si el primer partido lo tiene crudo para formar gobierno, peor lo tiene el segundo. Un galimatías de Congreso que puede incluso forzar la repetición de elecciones. Lo que ha dado en llamarse gran coalición, puesto en escena parlamentaria por los alemanes, o la cohabitación en Francia, parecen de imposible ajuste en el parlamento español, más por parte del líder socialista y sus más allegados que de una buena parte de sus votantes y militantes, en los que el pragmatismo de situaciones como la presente les llevaría a apoyar medidas excepcionales.

El cambio, augurado por el líder socialista, estaba dado en lo fundamental. Donde antes únicamente vivían dos, ahora han de convivir cuatro. El pueblo soberano ha hablado. Si ha acertado o se ha equivocado el tiempo lo dirá. Al sumar los dos bloques casi el mismo número de diputados, los partidos nacionalistas y otros residuales, como viene siendo habitual cuando no hay un partido con mayoría absoluta, van a tener en su mano que tengamos a uno u otro ejecutivo, a uno u otro gobierno. Parece pues que la entrada en la Cámara de los dos partidos emergentes, Podemos y sus marcas regionales, y Ciudadanos, no han cambiado los resortes de la composición del arco parlamentario, que siguen en poder de los nacionalistas e independentistas mientras no haya un partido, o en los nuevos tiempos dos, que no ganen por mayoría absoluta.

La participación tampoco ha sido tan relevante como se presumía, tan solo tres puntos más que en las de 2011, por lo que no se puede argüir tan alegremente aquello de que el pueblo español ha hablado más que nunca para exigir, desde una posición no ganadora y con menos de setenta diputados como tienen Podemos y sus marcas blancas, unos cambios radicales tanto en la Constitución como en el sistema democrático que nos hemos dado los españoles no hace ni medio siglo. Las reformas que necesita cualquier Carta Magna no parece que puedan venir desde la radicalidad, desde el extremismo, que además viene aderezado por un sinfín de exigencias distintas y de intereses de tinte insolidarios de los socios que les han acompañado en algunas autonomías. No es nada conveniente dar alas a quien no las tiene, ni confundir deseos con votos y escaños. Ni en España ha habido revolución alguna ni los que la ansían tienen el protagonismo necesario. Todo además se complica con la mayoría absoluta del Partido Popular en el Senado, donde por cierto Ciudadanos se ha quedado sin representación. Lo dicho a sumar, a restar, y que sea lo mejor para una buena y estable gobernanza, si no el proceso democrático tiene sus propios recursos, unas nuevas elecciones en las que el pueblo soberano atine mejor el voto.