Mentiría si les dijera que no he disfrutado esta campaña. Aburrida como estaba de ver siempre las mismas caras y escuchar idénticos mensajes la irrupción en la escena política de nuevos actores (jóvenes y con ganas de comerse el mundo además) hizo que después de años de apatía volviera a sentir curiosidad por lo que los candidatos decían y por cómo lo decían. Pero este renovado interés no se quedó sólo en los emergentes. Espoleada como estaba me lancé a por todas. Así, no sólo me tragué de principio a fin el combate entre Rajoy y Sánchez haciendo coincidir el minuto de oro con un vaso de cola-cao (en vez de con una cerveza, que hubiera sido lo más propio) sino que sentí en mis carnes las bromas sobre la diferencia de estatura de Soraya (¿las habrían hecho igual en caso de no ser mujer?) respecto a los otros tres participantes en el debate a cuatro. Ahora bien, superada una campaña en la que todos han salido a matar porque era mucho lo que todos se jugaban y una vez visto el puzle que han arrojado las urnas llega la hora de dar la talla, el momento en el que los depositarios de nuestros votos deben hacer un ejercicio de responsabilidad que garantice la gobernabilidad de este país. Sólo así sabremos si de verdad tantas expectativas estaban justificadas.
