Aunque frecuentes, los casos de corrupción y malas prácticas en política y actividades económicas suelen sorprender al ciudadano antes de causarle repugnancia. El último conocido, protagonizado por el recientemente dimitido embajador español en la India, Gustavo de Arístegui, y el diputado del PP en el Congreso y candidato a la reelección Pedro Gómez de la Serna, me ha dejado pasmado por dos motivos, uno relevante y el otro anecdótico. El relevante es que durante varios años estos individuos hayan cobrado pingües comisiones a empresas españolas para facilitarles negocios en el extranjero. Se dice que esto es legal. No lo sé ni lo discutiré, pero es evidente que se trata de una mala práctica, pues no es aventurado suponer que ambos han ejercido esa actividad valiéndose de sus cargos públicos. Ya que casi todos los partidos que concurren a tener representación en las nuevas Cortes han recalcado su intención de atajar la corrupción, supongo que en la nueva legislatura considerarán una de las tareas primordiales impedir estas actuaciones mediante una disposición, sea en forma de ley, reglamento o cualquier otro instrumento, que no deje lugar a dudas ni permita el mangoneo de los picapleitos y leguleyos que pululan en los aledaños del poder político y del mundo de los negocios.

La anécdota aludida es el nombre de uno de los dos comisionistas: Pedro Gómez de la Serna. Antes de saltar a los medios la noticia de las cuantiosas ganancias obtenidas en su faena (él mismo ha reconocido en conservación telefónica haber recibido «una pasta») y de su ocultación al fisco (otra confesión telefónica), yo solo conocía a una persona con el mismo nombre y primer apellido, quien asimismo se había dedicado a la política, aunque en el siglo XIX. Este histórico o primer, para mí, Pedro Gómez de la Serna, fallecido en 1871, hijo de un general distinguido en la Guerra de la Independencia, pasó por ser uno de los mejores juristas de su tiempo. Fue catedrático de Derecho en la Universidad Central (Madrid), rector interino de la misma, presidente del Tribunal Supremo y miembro de varias academias, entre ellas la de Jurisprudencia y la de la Historia. Aunque su influencia en la política no fue muy acusada (no es mencionado en los manuales de Historia de España), formó parte del gobierno en dos ocasiones: en 1843, durante la regencia de Espartero, como ministro de Gobernación, y en 1854, en calidad de titular del de Gracia y Justicia. Su actividad política se prolongó hasta su muerte como miembro del Senado. Al igual que otros muchos liberales de su tiempo, Pedro Gómez de la Serna pasó unos años en el exilio, concretamente en Inglaterra junto con Espartero, en cuyo partido, el Progresista, militó.

Detecto dos puntos de coincidencia en la trayectoria personal de los dos Pedros Gómez de la Serna: su condición de juristas (el actual es licenciado en Derecho) y su actividad política. Además, ninguno de ellos ha sido un político de primera línea, pero ambos han formado parte de las Cortes y han ocupado cargos relevantes (el actual ha sido, entre otras cosas, Director General de la Administración Periférica del Estado y del Gabinete del vicepresidente del Gobierno).

Entre ambos Pedro Gómez de la Serna, sin embargo, existe al menos una diferencia abismal: el del siglo XIX ejerció su profesión de manera decente y gozó del máximo reconocimiento; el actual ha actuado como abogado comisionista, quizá dentro de la legalidad, reitero, pero de forma cuando menos turbia, mezclando su función de diputado en las Cortes con el cobro de «una pasta» no declarada a Hacienda. Lógicamente, es objeto de vituperio por parte de las personas sensatas.

Desconozco si el actual Gómez de la Serna es descendiente del jurista del siglo XIX. Lo sea o no, uno no puede dejar de sorprenderse al comparar trayectorias de individuos con el mismo y muy ilustre nombre. Más aún cuando el que sale muy mal parado es miembro de un partido político conservador, dado a invocar la tradición, de la que dice recibir un legado de honestidad y conocimientos, y siempre inclinado a defender el buen nombre y honor de familias y empresas. Por otra parte, me pregunto qué diría en su tertulia del Café Pombo o en sus artículos periodísticos sobre las andanzas y piruetas del actual Pedro de su mismo apellido otro Gómez de la Serna, Ramón.