El próximo viernes se celebra la querida fiesta de Navidad. Se caracteriza esta celebración por el entrañable carácter afectivo que tiene. Resalta, sobre todo, en la familia el amor vivo, la solidaridad, la unión cordial entre todos, la alegría y la esperanza de continuar esta relación única que colma de dicha a todos.

Este amor familiar manifiesta la autenticidad del hombre en sus manifestaciones fundamentales, como esposo o esposa, padre o madre, hijo o hija, hermano o hermana, abuelo o abuela, etcétera. Sirve de modelo el nacimiento de Jesucristo, hijo de Dios y de María y José. Su estancia en la cama, rodeado de los pastores y de tantas personas sencillas nos transmite una visión de la vida sumamente agradable.

Junto a la cuna suenan los cantos cordiales, las palabras cariñosas, el regalo cordial, el beso sumamente afectuoso. La liturgia de la Iglesia tiene en cuenta todos estos aspectos en la Eucaristía, en el beso al Niño Jesús al final de los actos, en las procesiones del Niño Jesús con su querida Madre.

En las celebraciones litúrgicas se habla también del ejercicio del amor solidario a las personas necesitadas. Es la jornada más adecuada para ayudar a los pobres, a los enfermos, a los que sufren problemas desagradables. La fiesta de la Navidad nos muestra cómo debe vivirse la vida humana como comunidad fraternal y entrañable. Se deben olvidar los rencores, las maledicencias, las ofensas a los que nos desagradan.

Debe imponerse un tipo de vida verdaderamente humana, que debe servir de modelo para todas las situaciones humanas y para todos los días del año. Este es el sentido de las felicitaciones que nos damos unos a otros, sin olvidos ni resentimientos. Sirva para todos la felicitación navideña, como signo de amor y bienestar.