Los españoles, en cuanto nos mentan la «bicha», contraatacamos sin pudor y sin eufemismos. Entiéndanse por «bicha» aquellos derechos más intrínsecamente intocables: el trabajo, la sanidad, la vivienda, la educación, la dependencia y la pensión. Entre otros. Quiero decir con esto que nuestras conductas y respuestas ante la ignominia social (ofensa pública que sufre el honor o la dignidad de una sociedad) no dan lugar a dudas: se nos nota el cabreo. Y queremos que se nos note. El insulto es su mediador.

Sin embargo ahora parece que, según los últimos sondeos electorales, el 21,3 % de los españoles ya ha olvidado -quizá nunca lo padecieron- que desde diciembre de 2011, en la que el PP ganó las elecciones, que España, económicamente y por la vía política, se convirtió en un país de tijeretazos, de bajadas de sueldos, de empleos desaparecidos, de pensionistas al borde de la subsistencia, de sanidad privada, de educación desigualitaria, de reformas laborales cainitas, de cultura oculta y niños desnutridos.

Este porcentaje de españoles, incluidos algunos medios de comunicación, parece que genuflexionan ante su presidente y son incapaces de proferir un mínimo insulto que lo abochorne, que lo haga sentir ridículo e indigno, incluso mentándoles a la citada «bicha» mientras que al resto de ciudadanos se nos hace excesivamente fácil, natural y consustancial hacerlo. Por eso se han sentido tan ofendidos, en sus carnes blancas, en sus frágiles vergüenzas, cuando Pedro Sánchez le llamo indecente en el debate televisivo «a dos». Para su desagravio se lo premiaran con su voto. Otra vez.

¿No se acuerdan cuando el pueblo vociferaba en su enésima manifestación y se desgañitaba reclamando sus sustraídos derechos? Y justicia. Y futuro. Esos derechos robados en nombre de una diosa llamada economía y un dios financiero y que hacían proferir desde lo más profundo lemas tan románticos como «Rajoy cabrón, trabaja de peón» o «Rajoy presidente, política indecente». Pueblo español en estado puro. Pueblo cañí y al pan, pan y al vino, vino. Pueblo inventor de palabras malsonantes y cacofónicas y de uso excesivo, aunque poco retórico, de las mismas. No hay lengua que contenga más insultos que la nuestra. No inventamos nada: todas están en el diccionario. Incluso llamamos cabrón al amigo que demuestra tener suerte o pericia y tachamos de «puta madre» a una situación propicia o aventurera. ¿Alguien se atrevió a denunciar en cualquier medio al pueblo que así se pronunciaba? Y si lo hizo ¿qué grado de vaselina le atribuyó al comparar lo que la ciudadanía reclamaba y lo que el PP, negando el propio programa político que lo aupó al poder, había hecho? ¿Cómo lo calificaron entonces?

Tal vez a esos defensores del poder mentiroso y del eufemismo político les hubiera gustado la utilización de otros tantos tan al uso como los que el PP ha utilizado durante toda esta última legislatura. Y trasmutar a Pedro Sánchez en una hermanita de la caridad con guitarra en mano, «gurugú» en la voz y «carambita» en el gesto. Porque sin ser plato de mi gusto consiguió por una vez democratizar la opinión -voy a hacer un pareado- que el ciudadano sufriente tiene de su presidente.

Los españoles hemos aprendido históricamente a insultarnos entre nosotros y a nuestros políticos. Es más los políticos siempre e históricamente se han insultado entre ellos. Otra cosa es que los mismos que los utilizan para «felicitarse mutuamente, ahora los nieguen para fijar la atención del voto incipiente pero todavía no decidido. Recuerdo a Podemos insultando al PP, a Ciudadanos insultando a Podemos, al PSOE a UPyD, y entre todos a IU y viceversa. Sin embargo a Recortes Cero- Los Verdes, por ejemplo, es imposible vernos insultar a nadie: no salimos en los medios a pesar de que la junta electoral reconoce formalmente ese derecho. Somos como una pescadilla que se muerde la cola: no salimos en los medios porque no tenemos intención de voto prevista y nadie nos votará porque no salimos en los medios. Entenderlo y morirte. Volviendo al tema: no sabemos si el pueblo, en lo tocante al insulto, aprendió de los políticos o fue al contrario. Otra cosa bien distinta es la agresión física sufrida por don Mariano recientemente. Simplemente intolerable. Indiscutiblemente intolerable.

Quizá la ofensa pública que cree sufrir el honor o la dignidad de una persona no sea tal. Ni siquiera tal consideración debe tenerse en cuenta si es un tercero el que opina y la define. Y muchísimo menos si ese tercero tiene implicaciones partidarias o interesadas. Pienso que no deberíamos recortar en insultos: estos son para el pueblo español como sus refranes. Como alimento caliente para su hambre de justicia. Las palabras en realidad no agreden, los recortes si, pues aquellas son intenciones y estos son hechos. Aquellas tienen vuelta atrás en sus efectos y estos impregnan para siempre el presente y el futuro.