Yo, desde bien joven y en pleno franquismo, siempre creí en la izquierda. Pensé que si alguna vez, extinguida la dictadura, el Estado abrazaba esta ideología, tendría la obligación moral de ayudar más al débil que cualquier otra ideología. Ya, entonces, era consciente de su dificultad. Me decían que para ser de izquierdas había que ser obrero, poseer escasos medios económicos. Yo, en la candidez de mi juventud, adivinaba que eso no podía ser así.

El otro día y casualmente cayó en mi ordenador un artículo de mi casi olvidada Rosa María Artal. En él escribía: «No es preciso vivir debajo de un puente para ser de izquierdas, como tampoco es una religión, ni implica sacerdocio ni voto de pobreza». Con toda la humildad y sinceridad acumulable, he de confesarles que esta aseveración, sin confirmarme rotundamente nada, me llegó al alma. Soy perfectamente consciente que no doy el perfil adecuado para ser de izquierdas y que opiniones acertadas de buenos amigos, de buena gente, me sitúan allá donde me siento incómodo y no quiero estar, pero lamentablemente ellos aciertan. Allí estoy, me complazca o no.

Ellos tienen toda la razón, pero yo insisto en que ser realmente de izquierdas implica de manera imperativa mantener una coherencia entre actos y discurso? de otro modo, a uno termina sucediéndole algo así como al PSOE, que con el paso del tiempo ha ido perdiendo por el camino buena parte de su ADN de izquierdas, digamos que está como descafeinada su ideología. Yo confío ciegamente que en el devenir de los acontecimientos lo recupere.

A la gente no le gustan las etiquetas, huyen de ellas, pero ahora es el momento cuando más hay que reivindicarlas. Es que te desnudas políticamente, me dicen, ¿y qué? Hoy vivimos en el binomio eterno: derechas e izquierdas. No creo en el centro. Si acaso en la moderación ideológica que, quizá por adocenamiento, cada vez me atrapa más.

En este sentido, la derecha tiene mucho más fácil mantener la coherencia. Por definición la izquierda está en radical oposición al capitalismo salvaje que nos asola. La derecha no. Es más, es uno de sus principales impulsores y se mueve en la desigualdad y la acumulación selectiva de riqueza como pez en el agua. Es la sociedad que tenemos hoy en día, una sociedad de la que es muy complicado huir porque todos, absolutamente todos, estamos atravesados de un modo u otro por el capitalismo y la comodidad que éste conlleva que nos corrompe.

Decir ser de izquierdas y llevar a nuestros hijos a un colegio privado o, incluso, concertados con la pegajosa inclinación clerical, reclamar la liberación de horarios de tiendas para que podamos comprar más cómodamente no es ser coherente. Ser de izquierdas no es seguir midiendo el crecimiento de un país en función de cuántos coches se venden y cuantas nuevas matriculaciones se producen. Estoy convencido, aunque me lluevan los palos, que pocos dirigentes y menos militantes de la izquierda cumplen estos requisitos.

Tampoco lo es asistir semanalmente a las grandes cadenas de alimentación que explotan a las medianas y pequeñas empresas que a duras penas sobreviven. Que juegan impunemente con la ventaja de comprar una producción al precio que ellos exigen. La izquierda no puede consentir el consumismo desatado y, menos aún, el que compra productos fabricados con explotación laboral. Insisto, ser de izquierdas no implica tener que ser pobre, pero sí estar en contra de la acumulación de riqueza y de la especulación.

Estoy convencido de que se puede ser empresario y de izquierdas. Todo cuanto antecede lo puede cumplir a rajatabla un empresario, va adherido como una lapa a lo anteriormente citado. Yo, lo admito con un sentimiento de frustración, no consigo ser de izquierdas. Me atan muchas frivolidades a la derecha, o en el centro en el que no creo.

Y, finalmente, ser de izquierdas es guardar las formas, aún teniendo razón, en un debate público. Intolerable el insulto de Pedro Sánchez, tanto como las verdades a medias de Rajoy, que siempre son mentiras.

Todo lo demás es ser de derechas o convertirse en un sucedáneo o, como pensamiento de consuelo, encontrarse en un tránsito, en una huida progresiva de esta sociedad capitalista hasta que, poco a poco, ésta vaya cambiando. Sin embargo, no cambiará por metamorfosis espontánea, sino que todo el que realmente se sienta de izquierdas ha de aportar su granito de arena, ha de asumir el reto de soltar lastre consumista, dejar poco a poco el gusto por los placeres que la derecha te regala y adoptar una visión más solidaria del mundo.

Presumir que se es de izquierdas, sencillamente, es no ser de izquierdas, porque cuando realmente se es, los hechos te delatan al instante. Y hoy, yo el primero, carecemos de esa virtud. No creo que yo sea de izquierdas, es un querer y no poder. ¡Qué difícil es ser actualmente de izquierdas!

Me pondré la triste etiqueta de «progresista».