Controvertidas decisiones... exaltadas declaraciones... enfados... artículos de opinión... cartas al director... El belén, nuestro símbolo navideño más tradicional, popular y querido se ha convertido este año en el centro de una ingrata polémica que, al parecer, el alcalde de Alicante quiere extender también al próximo año 2016, según alguna declaración que ha realizado.

Perdón por la autocita, pero en 2000 escribía en mi libro El belén: «Ante un belén no hay ideologías ni partidismos. El belén nos une, porque nos habla directamente al corazón de familia, de sencillez, de ternura, de niñez. Y los años de niñez, salvo en los casos más extremos, suelen recordarse como repletos de ilusión y son evocadores de los seres más queridos: los padres, los hermanos, los abuelos».

Me reitero en todo ello. Y lamento que en nuestro tiempo haya quienes vean en el belén algo distinto a una siembra de buenos sentimientos. Esos sentimientos que afloran en Navidad y que, ojalá, perdurasen siempre.

Pero es que, quienes han convertido esta Navidad en Alicante el belén en un elemento de polémica partidista, de absurda demagogia antirreligiosa, demuestran también una peligrosa ignorancia intentando revivir problemas de un pretérito que parecía afortunadamente enterrado para siempre.

Recordemos que en el debate parlamentario para redactar la Constitución de la II República, cuando se llegó al artículo 26 que trataba la cuestión religiosa, los más radicales quisieron que la Iglesia Católica fuese tratada despiadadamente, ya que encarnaban en ella -y no sin razón- muchos de los males seculares de la nación. Pero esta forma de afrontar la cuestión religiosa provocó una grave crisis política en el Gobierno Provisional, al dimitir su presidente, Niceto Alcalá Zamora, que era católico. Intelectuales de la talla de Ortega y Gasset o Unamuno, ambos diputados en aquellas Cortes Constituyentes, criticaron el sectarismo con el que los radicales de izquierda habían desvirtuado la nueva Constitución, granjeándose la oposición de la Iglesia y los católicos.

Porque con la Constitución de 1931, la más avanzada de su época, la izquierda republicana y socialista, con el apoyo final del Partido Republicano Radical, impusieron su modelo de laicismo y no buscaron el consenso ni siquiera con la derecha católica republicana, que se sintió desilusionada por la falta de sensibilidad hacia sus creencias más íntimas y algunas de sus instituciones más queridas, por lo que bastantes comenzarían a apartarse de un modelo republicano que ya no consideraban suyo. Mientras que los católicos no republicanos se sintieron obligados a defender la religión que creían injustamente atacada y hasta perseguida. Es decir, la solución dada para resolver la secular cuestión religiosa en vez de lograrlo dividió a los españoles de aquella fracturada sociedad de los años 30 en dos polos irreconciliables.

¿Acaso alguien pretendería una fractura similar ochenta y cuatro años después? ¿Acaso han olvidado lo que esta fractura supuso en el desarrollo histórico de aquella República que tan buenos propósitos tenía y que tan desgraciadamente terminó? No se pueden imponer a una mayoría nuestras convicciones personales. Sobre todo cuando quienes lo hacen dicen hablar en nombre de la mayoría. Y en el caso del belén es claro que la mayoría lo ve como lo que los belenistas pretendemos: un auténtico compendio de arte, devoción, emoción, inspiración y belleza. Y así se explica que haya largas colas para visitar las exposiciones belenistas, muchas veces las de más éxito. Doy fe de ello, pues ocurre en Alicante y yo mismo he esperado varias horas para ver las grandes exposiciones belenistas de Madrid y Barcelona. Hay belenes en céntricas plazas de Roma, bajo la cávea del anfiteatro de Verona y en otros muchos lugares. Hasta en la Casa Blanca desde hace bastantes años se instala un gran belén de estilo napolitano, como en el Palacio Real de Madrid. Para ver los belenes de Alicante han venido, y espero continúen viniendo, visitantes de toda la provincia y de Cataluña, de Madrid, de Murcia, de Vizcaya, de Andalucía, de Navarra, etcétera, incluso llenando autobuses.

Porque, mientras una parte de la sociedad apuesta por el crimen, el odio, la envidia y tantas manifestaciones de violencia que están dirigiendo a nuestro mundo por vías cercanas a la autodestrucción, otra parte de nuestra sociedad apuesta también por los aspectos más positivos, como los que nos muestra el belén: la comprensión, el amor, el respeto, la paz. Que es el mensaje que los belenistas queremos destacar en los belenes. El mensaje de la vida, no el de la muerte; el mensaje de la fraternidad, del compromiso y la responsabilidad, intentando cumplir sobradamente con nuestras obligaciones ciudadanas y éticas. Así, el belén simboliza nuestro lado bueno, el que nos impulsa a mejorar día a día, porque siempre habrá objetivos que alcanzar más allá de la meta, si somos capaces de avanzar honradamente entre la maraña de escándalos, de corrupciones, de engaños, de odios que en ocasiones ocultan la labor de los políticos honrados. Como también se oculta el auténtico sentido de la Navidad cuando algunos la convierten en una fiesta de derroche desquiciado y diversión alienante, sin ningún significado religioso ni familiar, hasta transformar en un contubernio incomprensible los muchos valores de fe, de emoción, de afecto, de tradición, de raíces populares que la Navidad entraña, que la Navidad compendia y que la Navidad transmite.

Ingrata polémica, pues, la que el belén ha motivado en Alicante, al igual que en otras ciudades españolas. Ojalá que quienes nos gobiernan se atrevan con asuntos mucho más agobiantes, graves y difíciles que lo que supone el belén.