El pleno de la Cumbre del Clima en París ha logrado el primer acuerdo mundial contra el calentamiento global que implica a una gran parte de los gobiernos en la lucha contra el cambio climático en contraste con el acuerdo en la cumbre anterior (Kioto), donde solo 37 países firmaron reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Sin embargo, yo soy crítico en este tema en el que tanto se juega la humanidad. Son muchos lustros de fracasos e incumplimientos desde la publicación del decisivo «Informe Brundtland» por parte de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, cuando introdujo en 1987 la noción de «desarrollo sostenible» que habría de popularizarse tanto. Resumo mi decepción porque nuestro futuro sigue en manos de los de siempre:

1. El acuerdo reconoce que el cambio climático es una cuestión de «derechos humanos», pero se queda fuera del texto legal relegado al preámbulo, lo que hace que pierda fuerza declarativa. 2. Este acuerdo entrará en vigor en 2020 y cada Estado tiene hasta mayo de 2017 para ratificarlo pero es que tampoco será efectivo si no lo firman al menos 55 países, y que entre ellos sumen el 55% de las emisiones globales. 3. No se ha logrado que la temperatura del planeta no sobrepase los 1,5 grados de aumento a final de siglo, fijándose en 2 grados. 4. Los compromisos de reducción de emisiones de efecto invernadero son voluntarios, y no obligatorios y no habrá sanciones si se incumplen los compromisos firmados por los asistentes. 5. Tampoco se fijan metas concretas en el medio plazo, fiándolo todo a un voluntarismo impropio de la gravedad del efecto invernadero. 6. El compromiso para los países desarrollados de movilizar 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020 para que los países más pobres puedan adaptarse a las consecuencias del cambio climático, al final se ha quedado fuera del articulado y encima es algo que se puede cambiar -a peor- en futuras cumbres. Igualmente se han quedado fuera del acuerdo las emisiones derivadas del transporte aéreo y marítimo (un 10% del total).

Y lo peor de todo es que no se toman en serio la posibilidad de un desarrollo no ligado exclusivamente al crecimiento sino adecuado a la Huella Ecológica sostenible para no esquilmar el planeta. Una de las alternativas que se proponen como solución es la construcción de centrales nucleares porque producen poco CO2, pero conllevan otros peligros no menos letales como los residuos radioactivos. Como afirma Ignacio Ramonet, cambiar de modelo energético sin modificar el modelo económico significa correr el riesgo de que sólo se desplacen los problemas ecológicos.

No es suficiente lo acordado en París, aunque es verdad que se puede hacer algo más que resignarse. Cabe asumir nuestra propia responsabilidad ecológica, individualmente, como una gota en el océano pero todos a la vez. Necesitamos recuperar el sentido del límite como un valor responsable ante las consecuencias del consumismo. Cada persona somos parte de la solución y del problema: en nuestro derroche, en la falta de reciclaje, en tanto consumismo superfluo. Un antiguo dicho se pregunta: «¿Cuánto tiempo se tarda en barrer París? Diez minutos? si cada uno barre su propia puerta».